En días donde ser crítico se convirtió en sinónimo de rechazarlo todo, invito a recordar tres palabras que al mismo tiempo son verbos y estados de la vida: aprender, enseñar y pensar bonito.
Terminé mis días en el periodismo de la mejor manera que alguien puede hacerlo: en una escuela, la Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo. Llevaba pocas horas de estar en esta posición cuando me enteré de algo que no esperaba: todos aquellos jóvenes, de los cuales aprendí por montones, más que clases y orientaciones profesionales, necesitaban tener un poco de esperanza en la vida. No sabían si querían ser periodistas y estaban decepcionados de los medios de comunicación y de su país. Sin embargo, no querían hacer otra cosa que no fuera contar historias enfocadas en la búsqueda de la realidad; además, querían hacerlo en Colombia.
En el lanzamiento de una de las cohortes invité a un respetado y reconocido periodista para que nos inspirara. “Necesito que estos chicos, los nuevos periodistas de Colombia, tengan algo de esperanza, admiren a otros profesionales y crean que hay futuro en la profesión”. Con una sonrisa enorme, que luego comprendería que era falsa, mi colega aceptó la invitación. Su conversación estuvo lejos de ser inspiradora y se enfocó solo en lo malo de los medios y del oficio, en la queja constante que poco aporta y en una mirada oscura sobre el futuro de la profesión a la que él llamó: “mirada crítica”. Una bala directa al corazón para quienes estaban dando sus primeros pasos en la vida profesional. De haber tenido una soga, estoy segura, que alguno de ellos la hubiese utilizado.
Además de mirar a mis estudiantes con lágrimas en los ojos y de despreciar profundamente la actitud de mi colega, ese día entendí que darle esperanza a un joven es más difícil que brindarle oscuridad. La desesperanza es el camino fácil. Seguro también aplica con los niños, los adultos y aquellos que están más viejos: nos cuesta hablar de lo bueno y reconocer que todo lo que pasa en el mundo no es negativo.
Sé que muchos juzgarán estas palabras como las de una “positivista tóxica”, dirán que “desde que trabaja donde trabaja se volvió ciega”, que “ahora se cree coach” y algunos complementarán con un: “No sabe dónde está parada, ni que estuviéramos en Suecia”. Sé que el mundo no es perfecto, he vivido, bebido y pasado ese mundo violento e imperfecto por la piel; sin embargo, desde hace algunos años, como dije en estos días y recibí algo de burlas, he tomado la decisión de explorar mi ternura. Para hacerlo me he valido de la gratitud. Todos los días me levanto agradecida de pequeñas cosas como dormir en una cama caliente con quienes amo y eso, sorpresivamente, me ha regalado abundancia.
También he vuelto práctica el vivir en beta, con una actitud constante de aprendizaje. Hay días que me gana la soberbia y no lo logro; sin embargo, espero alcanzarlo en algún momento de manera definitiva. También procuro ser más una autoridad pedagógica que moral y comparto lo poco que sé con quienes lo necesitan, de hecho, es ahí donde más aprendo. Por último, entre mis hábitos mentales, procuro pensar bien de las situaciones y de las personas, he dejado a un lado ese odioso adagio que dicta: “Piensa mal y acertarás”. No es fácil, muchas veces me ganan los sesgos y la desesperanza y, como en el más profundo y tentador de los vicios, caigo una y otra vez. ¿Las ventajas? Cada vez sé cómo levantarme más rápido.
¿Qué tal si practicamos el pensar bien, el aprender y el enseñar de manera cotidiana? Al final del día, empecinarse en habitar la belleza también es una posición crítica.