Cómo aplicar la permacultura a la vida cotidiana: integrar diseño y ecología, y sintetizar sabiduría tradicional con moderna.
Cada que uso la palabra permacultura, quienes me escuchan hacen cara de ¿permaculQUE?. Es normal, ya me estoy acostumbrando a usarla más para poder explicarla a más gente, porque el concepto que esconde es fascinante.
El tema no es nuevo, pero sí poco conocido. Ya desde los 70´s, Bill Mollison y David Holgrem buscaban regresar a formas de producción (agrícola) basados en “la permanencia”; pensaban en diseñar asentamientos humanos que pudieran mantenerse en el tiempo. Este enfoque busca hacer un uso de la tierra bajo una mirada de interrelaciones intrínsecamente conectadas y productivas.
La permacultura logra integrar diseño y ecología, sintetizar sabiduría tradicional con moderna y obtener sistemas que provean para humanos y no humanos. Plasma el pensamiento sistémico en la vida cotidiana: se trata de seguir los ritmos de la naturaleza e integrarse a ellos: no solo en las cosechas, también en la construcción (bioclimática, bioconstrucción, termoacústica, etc) o en el diseño urbano (integrar naturaleza a la ciudad para aumentar la resiliencia).
Yo, por ejemplo, he pensado cómo sacar la permacultura de la agricultura y traerlo a temas más urbanos, teniendo en cuenta que ahora el 70 % de nuestra especie habita en ciudades. Estoy bastante entusiasmada, porque he encontrado eco en una institución educativa que quiere explorar cómo esta puede incluirse en su Proyecto Educativo Institucional (PEI). Me emociona, porque sigo convencida de que una forma de activismo es tomar acciones concretas, pequeñas, al alcance de mis posibilidades; es generar cambios en mi metro cuadrado. ¿Qué más cercano que el colegio de mis hijos?
El reto es pensar cómo crear sistemas integrados, más cerrados, menos dependientes del exterior. En este caso, pensarnos cómo construir adecuadamente para niños y jóvenes, de manera que las edificaciones ayuden a la resiliencia climática, que estén hechas con materiales propios del entorno cercano y respondan al clima y a las necesidades educativas; cómo, desde el aprendizaje activo, puede incluirse el pensamiento sistémico en el desarrollo de los currículos y de los proyectos de aula; cómo diseñar huertas urbanas productivas en los patios de las escuelas; cómo cuestionar el statu quo y buscar soluciones a la medida… esto, para mí, es permacultura en la práctica.
Uno de los principios de la agricultura, mi favorito, es “observa e interactúa”. Creo realmente que, si lo tomáramos como único principio rector de la vida, todo lo que haríamos tendría más sentido, sería más coherente, más ajustado. Lograríamos crear soluciones en nuestro quehacer que responda a la realidad en la que estamos inmersos. Observar, con mucha atención, con capacidad de escucha, de análisis del contexto y luego, actuar. Si lo acompañamos de los tres principios éticos – cuida la tierra, cuida la gente, comparte con equidad-, tendríamos la receta perfecta para florecer en este planeta.
Me propongo usar más la palabra para sembrar el concepto en más personas.