Débora, detenida en Casablanca

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Este Parque Cultural y Ambiental de Envigado propicia un reencuentro con la mujer artista, pero también ama de casa.

Sí, la pintora antioqueña María Débora Elisa Arango Pérez estuvo detenida en Casablanca, desde el inicio de los años sesenta hasta 1975. No era para menos: desnudó a la “bien tapada” sociedad que la rodeaba y denunció mediante su obra artística la injusticia y la inequidad imperantes. 

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Se advierte: detención voluntaria. Que le sirvió para plasmar una huella tan profunda y espiritual, que podemos afirmar que todavía hoy ella sigue detenida en su casa taller. Presente, por la fuerza de su espíritu, de su voluntad, de su obra. Pervive en cada rincón, mueble y ornamento; en originales y réplicas, en bocetos, cerámicas, cuadros. Pero en todo caso, mujer ama de casa, mujer subyugada por un amor desmesurado hacia su familia y allegados.

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Detenida en Casablanca, niña, hasta superar dolencias: mandarla a temperar, se decía entonces; vivían en el barrio Prado Centro, en Medellín. Volver cuando joven, ocasionalmente. Muchas veces, luego, hasta quedarse, y todavía…

En 1860 Casablanca era casa de trabajo, es decir la construcción central de una hacienda, que entonces abarcaba la estación de gasolina que hoy la limita hacia el sur y avanzaba al norte, generosa en terrenos; hasta comprendía predios del actual parquecito de la Fecundidad, en el sector de San Marcos. Vivienda de adobe y tapia. Patio central en piso en mazorca, para que los peones rastrillaran allí sus zapatones y no ensuciaran la casa, que es mezcla de estilos colonial y republicano.

El historiador Carlos León Gaviria explica que visitar la casa y trabajar en ella es un ejercicio de descubrimiento permanente.
El historiador Carlos León Gaviria explica que visitar la casa y trabajar en ella es un ejercicio de descubrimiento permanente.

No, no es mansión lujosa, advierte John Fabio Valderrama Bustamante, tecnólogo en cultura del municipio, pero sí decorada y organizada con buen gusto. A su vez el historiador Carlos León Gaviria Ríos señala: “La casa, sin duda, se convierte para ella en un refugio ante las críticas y las situaciones que soportó… pero también es ese gran escenario donde puede, en su intimidad, crear obras y perspectivas nuevas, como lo hace con la colección cerámicas que es totalmente plástica y bella, de gran originalidad, y con unas condiciones artísticas muy reconocidas”.

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El profesional coincide con el criterio de expertos de la Fundación Ferrocarril de Antioquia, en que la obra de Débora está bien representada en la casa, que es -en sí misma- una gran creación de la artista, “donde podemos ver sus paletas de colores, su concepción de la luz, la plasticidad de los elementos con que transforma la vivienda, porque está intervenida en forma sutil, sensible, muy bella, que nos habla no de la Débora contestataria, sino de la artista que también crea para la belleza, para el placer”.

Bien pintada ama de casa

En Casablanca también está detenida la mujer hacendosa, la hábil cultivadora de agapantos azules porque le fascinan, y que engorda orquídeas como novillos: “Hubo una que le echó setenta flores; a esa maturrona le salían hijos por todas partes, y nietos”, rememora Oscar de Jesús Hernández, su jardinero de entonces y de ahora. Tan espectacular, que la llevaron al corredor de la entrada, para que luciera sus galas. Y tanto impactó que una noche se la robaron… tal vez envuelta en tres bocetos de la artista, añade Hernández.

Oscar Hernández, jardinero de Casablanca desde 1975, dedicado a los agapantos y orquídeas de “la señorita Débora”.
Oscar Hernández, jardinero de Casablanca desde 1975, dedicado a los agapantos y orquídeas de “la señorita Débora”.

Orquídea, eso era ella, y por eso hay tantas en la vivienda. La comparación es del historiador Gaviria: “Porque dentro de su belleza era delicada; y dentro de su delicadeza la sentimos con mucha fuerza, con mucha presencia, pero también absolutamente hermosa y sensible y frágil”.

Además, en Casablanca Débora cultivaba cebollas y poleo, pero también yerbabuena, toronjil, cidrón… y demás yerbas que convertía en bebidas aromáticas para agasajar a sus invitados.

Al tiempo daba pincelazos a su relación con el Todopoderoso. Se sentaba en una esquina del patio central, después del almuerzo, a rezar un Padre Nuestro, un Jesús Amigo de Betania y una oración de ‘la Palabra Diaria’, según le contó el mismo jardinero a una revista bogotana en 2018.

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Esa casa fue testigo del amor infinito de Débora por su familia. En la voz del historiador: “La razón para esa energía que le puso a la conservación de la casa, es porque representa el testimonio del amor de sus padres por ella y por sus hermanos”. Por eso la preserva, para perpetuar el sentimiento de sus padres, don Cástor y doña Elvira.

Tanto el apego, que cuando su hermano Gilberto murió (el menor y hombre de la casa), se quebró anímicamente, según recuerda don Oscar. Primero murió Lucila, luego Gilberto y finalmente Elvira. “Así le cumplió a su mamá, quien le había pedido que enterrara a todos los hijos, que se los mandara a todos uno por uno, y que ella se quedara de última”, cuenta el eterno jardinero.

Cajón de recuerdos

Al historiador Gaviria lo conmovió, en particular, descubrir la historia de un baúl que hace parte de los enseres de la casa y que, según su investigación, perteneció a Débora y sus hermanos, cuando jóvenes. Luego los chicos lo regalaron a la mujer que los ayudó a cuidar, a su nana. Años después, cuando la artista supo que la anciana estaba enferma, la hizo instalar de nuevo en su casa y se dedicó a cuidarla. Regresó con el baúl que hacía cuarenta años le habían regalado los niños. “Entonces ella lo toma, lo adorna, lo pinta, lo organiza y crea con él una puesta en escena del amor que siente por esta nana que la cuidó. El baúl hoy es testimonio de ese agradecimiento y del cuidado que recibió cuando niña y que finalmente Débora compensó”. Y agrega: “Eso es muy significativo, con valor artístico, cultural, y asociado a la personalidad y a esa fuerza carismática de nuestra pintora y artista plástica”.

El municipio de Envigado adquirió Casablanca en 2017 (invirtió $5.872 millones), en asocio con el Área Metropolitana del Valle de Aburrá ($6.863 millones) y la Gobernación de Antioquia (mil millones de pesos). Antes fue declarada patrimonio municipal por Envigado, según el plan de ordenamiento territorial del año 2000. A su vez la Ley 1248 de noviembre de 2008 del Congreso de la República la declaró “bien de interés cultural de la Nación y casa museo”. Está adscrita a la secretaría de Cultura, dentro de la división de Patrimonio; la administración local hace esfuerzos para adecuarla poco a poco para el disfrute ciudadano, mediante un programa de visitas guiadas las tardes de los martes y jueves, previa inscripción. 

Este referente cultural tiene 579 m2 construidos y área total de 3.300 m2. En ese ámbito era que Débora tomaba elementos de la vida cotidiana y los transformaba en originales piezas decorativas: un ama de casa que usa el arte como decoración, para retener la belleza. Quienes a todo le ponen cifras hablan de más de 127 elementos originales entre pinturas, bocetos, obras adheridas y cerámicas; de 39 elementos de arte gráfico, 116 elementos de mobiliario, 321 objetos decorativos, 22 documentos históricos, como diplomas y fotografías, además de 21 enseres domésticos. Cifras que tienden a crecer, explica Gaviria, porque trabajar en la casa es ante todo un ejercicio de descubrimiento permanente.

Los guías de Casablanca coinciden en que la obra de su dueña cambió el concepto de feminidad para siempre, junto a una Frida o a una María Cano, y en que, “sin esa sinergia entre lo artístico, lo moral y lo ético, no estarían ustedes -los visitantes- aquí”. 

Gracias a su pensamiento crítico y a su sensibilidad social, Débora Arango sigue detenida en Casablanca, Envigado, esperando la visita de admiradores y detractores, por igual. Y engordando orquídeas.

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