Razón de vivir, la música

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A Pedro María Ossa, hermanos e hijos, todo el mundo los conocía en los municipios de Fredonia y Venecia por sus entonadas incursiones nocturnas como serenateros empíricos, por los años cuarenta. El viejo sembró tan potentes genes musicales en sus hijos, que la menor —Gilma— llegó a cosechar aplausos y éxitos en escenarios de EE. UU., Ecuador, Perú y casi todo Centroamérica. De ese tamaño fue el brinco geográfico, generacional y artístico.

Por su parte, se puede asegurar que tanta pasión le ponía Guillermo Aguilar Vanegas al encarrete de convocar músicos y adeptos a los aires andinos colombianos y populares hispanoamericanos, que, de las tertulias en callejones y casas solariegas de Sabaneta y La Estrella, dio el salto a los tapizados ámbitos de los hoteles con más estrellas de El Poblado. 

Y pasó lo que tenía que pasar: el hechizo de las notas musicales juntó estos dos fuegos, para engendrar un dúo verdaderamente dinámico, que no repara en detalles si se trata, por ejemplo, de convertir la sala de cada casa que ocupan en un escenario para 60 o 70 contertulios, cómodamente instalados.

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Consolidar la Tertulia Musical Antigua Calleja de Guillermo y Gilma ha sido la obsesión de este par de esposos, desde hace 35 años. De entrada, advertimos que son músicos por vocación, no por títulos académicos. Gilma Ossa Álvarez es una destacada intérprete vocal con un registro de soprano lírica, y él un ingeniero civil, además de historiador musical y folclorista, que en los ratos libres monta conciertos de martillos, taladros y sierras de mano en su taller de carpintería.

Cuando vivía en una casa finca en Sabaneta, en los años 80, Guillermo ya organizaba reuniones con agrupaciones musicales. Allí conoció a Gilma. En 1988 inauguró “A Cantar” —un establecimiento comercial— en asocio con un grupo de amigos ligados a la interpretación musical, en el barrio Conquistadores de Medellín. E impuso una norma: presentaciones en vivo con exclusión de micrófonos y de amplificación de sonido, de manera que guardaban silencio como homenaje al cantante. Porque se trataba de dejarse atrapar por la música y sus ejecutantes, en un ritual hipnótico. Así conformaron un grupo de “adoradores” de estas músicas, cofradía que permanece fiel a tan sonora religión. Pero a los cinco años tuvieron que bajar el telón, aturdidos por los bombazos que entonces rompían tímpanos y vidas. 

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Así que decidieron irse con su música a una casa finca sobre la llamada Calle Negra, vía que une a Itagüí con La Estrella. Para Guillermo fue un regreso a sus orígenes, pues nació y se crio en ese sector, que además lo inspiró para darle nombre a su tertulia: Antigua Calleja. Así se conoce una melodía cuyo ritmo y letra lo desvelaban, en las voces de las Hermanas Padilla. Ellas, con acento nostálgico y entre el fragor de trompetas y violines repetían En una calleja antigua y serrana que huele a jazmín, de una casa vieja se escapa angustiada la voz de un violín…

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No era solo una voz de violín, también de guitarras, tiples y bandolas, sumados al vozarrón de los artistas que desfilaron por el escenario de Antigua Calleja, como Edmundo Arias, Ligia Mayo, Jaime Llano González, los Hermanos Martínez, Beatriz Arellano, El Grupo Suramérica, y … faltan datos de este estrellato. 

Después de catorce años en Calle Negra la tertulia pasó a Envigado, con carácter itinerante, pues se movía por todo el sur del Valle de Aburrá y el Oriente cercano. Finalmente resonó en hoteles de El Poblado en los últimos siete años, hasta que la pandemia que aún nos cohíbe la llevó a “colgar la lira” … 

Muy afinada, la pareja explica que su tertulia no está pensada para moler música, sino para degustarla hasta la última nota, que las presentaciones musicales van adobadas con apuntes didácticos de cada canción y reseñas de los intérpretes o ejecutantes de instrumentos, propiciando el diálogo con la audiencia, entre copas espirituosas y consumo de galguerías. En coro, asegura que Antigua Calleja es la tertulia musical más vieja y permanente del Valle de Aburrá. Una expresión similar, y de trayectoria en Envigado, es la de Hilda Posada en el bar Bermellón. También lo fue, hasta la muerte de sus promotores, la del Negro Toro y su esposa.

Gilma es soprano lírica de coloratura; la otra denominación para este arte es lírica ligera, como variantes en la voz femenina. Coloratura son las figuras o juegos que la artista logra con la voz, sin emitir palabras; no son propiamente falsetes. La señora Ossa se luce en estos secretos, por ejemplo, cuando interpreta La Malagueña o Vírgenes del Sol, que tienen coloratura.

Sin mencionar la pauperización de contenidos en las letras de la música actual, hacen notar que las canciones de la primera mitad del siglo anterior fueron compuestas por grandes maestros, a partir de textos de notables poetas. Es el caso, afirman, de Amapola del camino, un ritmo español de petenera (Cante flamenco de tono grave y gran intensidad dramática, enseña la inefable Wikipedia).

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La música la compuso Guillermo Quevedo, un boyacense, sobre versos de Juan Ramón Jiménez, poeta español y premio nobel de literatura. Y la interpretó Gilma al lado del tenor Yesid Alzate, cuando conformaron el dueto “Voces del Ayer”. El tema hace parte de uno de los tres acetatos que prensaron. Y como la familia no se pierde, Hernando Sossa, el hermano que sí estudió música, conformó el conocido dueto de Hernando y Yesid hasta la muerte del segundo, en 2017, después de grabar alrededor de 80 temas musicales.

A la afición de Guillermo por la música le ha dedicado 45 de sus 72 años. Rescata música de colección, investiga sobre historia de la música popular y colabora con medios de comunicación. Por dos años presentó, diariamente, el programa “Pentagrama colombiano” en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia. Fue cofundador y actual director artístico de la Corporación Encuentro Nacional del Tiple Cortiple, con sede en Envigado. 

A su vez Gilma ha alternado a veces por coincidencia y otras por programación con “monstruos” de la música como Carlos Julio Ramírez o Lucho Ramírez. Con su esposo Guillermo tuvo a Melina, quien a su vez les dio una nieta, Luciana. Hija y nieta prometen mantener el legado musical de la familia: Luciana acaba de recibir un piano electrónico con motivo de su noveno cumpleaños.

Ahora estrenan apartamento en el barrio Alcalá, de Envigado. Pero antes de instalarse, reestructuraron los espacios para pasar de 145 m2 a 200 m2, pensando en acomodar a su muy querida y fiel “feligresía musical”. Entonces podrán, cuando la pandemia les de licencia, distribuirla holgadamente entre la amplia sala y el mezanine que, a manera de palco en U, se levanta sobre ella.

Mientras, añoran el trajín extenuante de convocar al crecido número de contertulios, vía telefónica -nunca por redes-, hacer seguimiento a los interesados hasta el último día para definir la compra de licores y viandas, contratar ayudantes, silletería, mesas, amplificación de sonido, controlar el cover que permite cubrir gastos básicos y pagar músicos. Pero se ahorran buena parte de este esfuerzo cuando la tertulia sesiona en los grandes hoteles de El Poblado. Hasta 130 asistentes han contabilizado en estos escenarios. La estrecha relación de amistad con los grupos musicales permite que en cada reunión haya un verdadero desfile de artistas consagrados.

Mientras esperan esa inauguración se declaran emocionalmente afectados por la pandemia, porque les hace falta el calor de la amistad largamente cultivada, el ejercicio de la fraternidad que los alienta y, sobre todo, escuchar esas voces que les hacen cosquillas en el alma. Gilma despacha el tema con una sentencia: “Nacimos para vivir la música”.
Entonces, cuando los años pasen, y todo esto sea historia, seguramente algún vecino hoy joven afirmará que Si, hace tiempo por esas callejas rondaron las quejas de algún trovador…

Por: Fernando Cadavid Pérez

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