El profesor de la Universidad de Antioquia Pablo Montoya, uno de los más importantes novelistas colombianos, ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, acaba de hacer un llamado al Consejo Superior y al Rector de la institución, para que consideren reabrir el campus, que lleva ya un año de cierre.
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En su carta pública, el profesor Montoya les recuerda a las autoridades universitarias el sentido de la educación presencial, y la obligación que tienen las instituciones de ofrecerles a sus estudiantes y docentes el espacio para el ejercicio misional: “Es decepción lo que me visita cuando me doy cuenta de que mientras la ciudad entera se abre y supera del mejor modo la pandemia, nosotros seguimos manteniendo – justificados en aquello de que somos una institución pública– una actitud asustadiza, excesivamente preventiva y, en definitiva, antipedagógica.
Con la autorización expresa del escritor Pablo Montoya a Vivir en El Poblado, publicamos el texto completo de su carta, que es, en definitiva, una misiva de amor a su Alma Máter:
Señores Consejo Superior y Rector de la Universidad de Antioquia:
Desde hace un año, la Universidad de Antioquia ha permanecido cerrada y las actividades se han limitado, en su mayor parte, al trabajo virtual. A todos nosotros, profesores, estudiantes y personal administrativo, la pandemia nos cayó como un baldado de agua fría. Llegó la Covid 19 y nos sorprendió sin saber qué hacer y cómo comportarnos. Pero como somos criaturas adaptables, nuestra comunidad ha logrado salir adelante y, entre todos y bajo la orientación de ustedes, hemos demostrado nuestra capacidad de resistencia y somos conscientes ahora de que podemos trabajar en medio de dificultades que jamás habíamos imaginado. Por tal razón, es necesario manifestar en estas líneas la gratitud por todo lo que, desde diferentes flancos, hemos hecho como colectividad para que este proyecto académico, del que todos formamos parte, no se nos haya derrumbado.
Ahora bien, desde hace unos meses, y superados los picos de la pandemia, Medellín, Antioquia y el país entero ha venido reactivando sus espacios para que la vida vuelva, en la medida de lo posible, a su cauce anterior. Esto, lo sabemos, no será del todo posible hasta que no haya una solución definitiva para el virus. El país ha sido sometido, a mi juicio, a un confinamiento tan radical como brutal, y pese a las múltiples amenazas y cuarentenas, siempre hemos manifestado nuestra ansia de vivir y de estar con los otros. Cómo negar que, hasta en los momentos más aciagos, los seres humanos somos creaturas esperanzadas, comunicativas y expansivas. ¿Y esta condición, me pregunto, no es lo que define la esencia de todo proyecto educativo? ¿No han sido las universidades las que han dado la cara, desde sus investigaciones y propuestas valientes y temerarias, al terror y al desaliento provocados por las grandes epidemias, desde la peste negra hasta la gripa española?
Con todo, y pese a que centros comerciales, restaurantes, bares, establecimientos educativos y lugares de cultura y recreación se están abriendo en Medellín, la Universidad de Antioquia sigue casi del todo cerrada. La medida es, y lo expreso con todo respeto, excesivamente ardua y tremendamente injusta. Déjenme contarle algo personal. Acabo de dar una primera clase presencial en la Universidad EAFIT, donde he sido invitado para departir un curso sobre mi obra literaria. Ustedes no se imaginan el cambio tan maravilloso que tuvo mi ánimo. Saber que volvía a un aula, después de un año de encierro, me tenía el corazón exultante. Me llené, lo confieso, de temores debidos a la paranoia que nos han inoculado sistemáticamente durante estos meses. Pero cuando vi a los estudiantes en los corredores y patios, charlando y riendo (todos con tapabocas y con las medidas debidas del distanciamiento), y cuando hablé con ellos y vi de cerca el brillo de sus ojos y percibí sus cuerpos entre los árboles, el revoloteo de los pájaros y las fuentes de agua del campus, me desbordó la felicidad. Aún estoy radiante y el entusiasmo me fluye en la sangre al saber que dentro de pocos días volveré a esa aula a hablar con esos mismos estudiantes. Concluí, entonces, lo que ya sabemos todos, que la educación urge de este contacto físico. Porque una educación basada solo en la virtualidad, es una educación esterilizada, fría y deshumanizada.
Cómo hubiera querido que esta emoción de saberme reencontrado con el aspecto sensorial de la educación, fuera experimentada por mí en la Universidad de Antioquia. En ese campus amplio y arbóreo que para muchos de nosotros es como una casa espléndida donde circulan todos los conocimientos. Pero estos ámbitos, que nos han oxigenado a lo largo de los años, siguen clausurados para gran parte de su comunidad. Es decepción lo que me visita cuando me doy cuenta de que mientras la ciudad entera se abre y supera del mejor modo la pandemia, nosotros seguimos manteniendo – justificados en aquello de que somos una institución pública– una actitud asustadiza, excesivamente preventiva y, en definitiva, antipedagógica.
Le ruego a ustedes, máximas autoridades de la Universidad, como profesor que soy de ella, que nos abran el Alma Mater. Sé que ustedes han hecho un gran esfuerzo y han dispuesto algunos laboratorios y ciertas oficinas administrativas para el estudio y el trabajo. Pero esa apertura debe ser más efectiva y comprometerse con los demás estamentos universitarios. Sé, igualmente, que entre aquellas personas que toman las decisiones frente a una posible apertura hay demasiadas opiniones encontradas, y ello les ha impedido llegar a un acuerdo necesario y urgente. Sé, por último, que hay profesores y estudiantes que no quieren regresar por motivos de salud, motivos que por supuesto se deben tener en cuenta. Pero somos muchos también los que queremos volver a habitar nuestra Alma Mater. Y de parte de los que quieren regresar ha habido propuestas claras para que ese regreso se haga de la mejor manera. En esta perspectiva, les pido que no nos dejen más tiempo suspendidos en las pantallas de la virtualidad que, si bien nos han funcionado para salir adelante, se nos están convirtiendo en un limbo áspero y solo propenso al descontento y al desánimo general. La Universidad debe iniciar de inmediato la apertura de algunas de sus instancias con todos los protocolos respectivos (el museo, la editorial y la imprenta, las bibliotecas, los posgrados, el paraninfo, entre otros), para que podamos respirar de nuevo la vitalidad y el interés por el conocimiento que rodea a todas las edades del hombre. Porque es esa incesante movilidad humana lo que, en todas partes del mundo, es sinónimo de la vida universitaria.
De ustedes, cordialmente,
Pablo Montoya
Escritor y profesor de literatura de la Universidad de Antioquia”