Había una vez, hace muchos años, una enorme ciudad llamada Medellín, que parecía, por fin, estar tomando en serio su crítica condición de urbe hipercontaminada.
Se instalaron medidores ultrasensibles de material particulado en múltiples sitios de la ciudad, se controlaban activamente las fuentes móviles de emisiones, se informaba a diario y por todos los medios el nivel de contaminación del aire, el alcalde y sus funcionarios se pronunciaban de forma continua…
Incluso se restringía con gran rigor el tráfico vehicular en los días más difíciles.
La ciudad sentía, con alivio y no poca sorpresa que, por fin, ¡por fin! se estaba encarando con decisión el gravísimo problema ambiental.
Bueno, en verdad, no ha pasado tanto tiempo, solo un año. O tal vez unos cuantos meses. Pero se siente como el siglo pasado.
Medellín no puede darse el lujo de tratar su crisis ambiental como algo pasajero. No puede estar corriendo todos los años a imponer medidas extremas para luego relajarlas.
El hecho es que, claro, pasaron esos días más difíciles y todo volvió a la normalidad. Llegó el verano, volvió el azul al cielo, la ciudad puso su atención en otros asuntos más urgentes y puso a dormir esta problemática. Hasta la próxima vez que regresen las nubes y recordemos que en nuestro valle el aire circula muy mal.
Y la Alcaldía y sus secretarías y el Área Metropolitana y todos, correrán a buscar en sus archivos y desempolvarán las medidas de choque por unos días.
En fin. Es lamentable que se haya perdido el buen impulso que se traía. Hoy, sin problemas de cielos cubiertos, cualquier vehículo puede circular tranquilo por la ciudad con las peores emisiones de gases contaminantes. Sus dueños ya saben que tanto celo fue flor de un día.
La próxima vez que haya medidas estrictas para controlar emisiones, ellos saben que basta con guardar sus vehículos unos cuantos días y listo. ¿Para qué invertir en costosas reparaciones de motor o cambio de tecnología si pueden mantenerse con lo que tienen? ¿Para qué renovar el parque automotor?
Está claro que mantener alta intensidad en una medida ambiental también es costoso. Hay que extender los presupuestos, tal vez agrandar la nómina, hay que invertir en equipos de medición. Y en estos tiempos de austeridad…
Pero Medellín no puede darse el lujo de tratar su crisis ambiental como algo pasajero. No, para Medellín esta es una condición estructural, algo de lo que nunca podrá escapar. No puede estar corriendo todos los años a imponer medidas extremas para luego relajarlas. No puede ser plan de una alcaldía, tiene que ser una política “de estado” que no haya que estar presentando (¿embutiendo?) casi desde cero todas las veces.
Sin olvidar que, cuando llegue la próxima contingencia ambiental, probablemente circularán 40.000 vehículos adicionales por Medellín. Y que los autos viejos de este año estarán un año más viejos y aún más contaminantes. Y los trancones serán todavía mayores. Y el siguiente año otros 40.000, y así…
Entonces, ¿qué espera esta administración para nuevamente ponerse seria y estricta con el tema?
Con mayor razón si aún pretendemos presentarnos ante el mundo como la Ciudad (tos, tos) de la Eterna (tos, tos) Primavera.