Hugo Zapata realiza una transformación trascendental en el arte actual: nos descubre obras de arte en elementos de la naturaleza. Estas se integran al museo abierto del Campus de la U. de A.
Por: Carlos Arturo Fernández
La referencia a las realidades que nos rodean en la vida cotidiana se convirtió en la perspectiva dominante de la creación artística, al menos desde la aparición del mundo moderno en Occidente.
En ese momento, que coincide con el desarrollo de la ciencia experimental, se impuso un punto de vista centrado en el hombre que enfrenta, analiza y estudia las circunstancias de su entorno vital. En cualquier caso, tanto en el arte como en la ciencia, el hombre es “la medida de todas las cosas”, y en Occidente no hay belleza ni realidad artística que no pase por el filtro de la conciencia y de la racionalidad humanas.
Solo en un contexto como el del mundo contemporáneo, que ha expandido las fronteras conceptuales y geográficas del arte, ha sido posible romper el sentido único en la dirección de la mirada que va del artista a la realidad; ahora todas las manifestaciones artísticas y culturales, lo mismo que los desarrollos de la ciencia, se mueven en múltiples direcciones.
En este orden de ideas, las piedras de Hugo Zapata realizan una transformación trascendental en el arte actual, transformación no limitada al ámbito nacional: nos descubre obras de arte en elementos de la naturaleza, a veces casi sin intervención por parte del escultor. Obras que, en ese sentido, son producidas por la naturaleza y solo reveladas por el artista.
Oriente es un conjunto de 215 bloques verticales de basalto, de entre 120 y 150 centímetros de altura, instalado en un espejo de agua circular, en granito negro, de 10 metros de diámetro. Es la última obra que viene a integrarse al museo abierto del Campus de la Universidad de Antioquia, que acaba de cumplir 50 años de actividad académica.
El título de la obra, quizá pensado como referencia geográfica de la Ciudad Universitaria, tiene, en realidad, un sentido cultural muy amplio. En efecto, frente al racionalismo imperante en la tradición del arte occidental, el mundo oriental estuvo siempre abierto no solo al descubrimiento de bellezas naturales sino también de auténticas creaciones artísticas en los productos de la naturaleza. En ese sentido, Oriente, de Hugo Zapata, es también la afirmación de que el mundo actual se ha enriquecido por la interacción de todas las culturas en un contexto global.
Es claro que en un caso como el de Oriente, el artista no se ha limitado a poner unas piedras en bruto, como salen de la cantera; por el contrario, ha escogido una forma genérica especial, ha recortado los bloques en un rango que posibilita un juego progresivo de alturas y los ha instalado en el espejo de agua de forma tal que se posibilite percibir los juegos de luces y de reflejos a lo largo del día y la transformación incesante a lo largo del año.
Pero el artista, que descubre la belleza de la piedra y sus efectos, exige nuestra participación. Algo así como “vengan y vean ustedes mismos”: la piedra no es una cosa muerta sino un cosmos lleno de vibraciones luminosas, de colores y texturas; un mundo vivo, manifestación de la vida más profunda del universo, belleza nacida en estrellas antiquísimas, hecha perceptible por la historia geológica de la Tierra.
Una obra que nos atrapa y nos lleva a reflexionar sobre el paso fugaz de nuestra especie por el mundo.