Todo creció, todo se complicó. Los municipios ven, asustados, cómo la demanda de servicios y de infraestructura aumenta de manera desproporcionada, debiendo atenderlos con las mismas instituciones.
Si alguna región de Antioquia ha experimentado cambio extremo en las últimas décadas, sin duda es el Oriente cercano a Medellín. Cambios y crecimientos que han ocurrido siempre a la sombra de la ciudad capital. Bendición y maldición al mismo tiempo.
Oriente cercano fue durante muchos años el lugar favorito de recreo de los medellinenses pudientes, que gradualmente fueron adquiriendo tierras campesinas. Aire limpio, cero trancones, combinación embriagadora de verdes. Fincas grandes o pequeñas, poco o nada productivas, pero perfectas para “temperar”.
A medida que penetraban los finqueros recreativos, los jóvenes de la zona iban migrando, principalmente a Medellín.
A partir de los 80 aparecen las grandes fábricas y centros de distribución. La migración bajó y la población se estabilizó. Muchos campesinos se volvieron operarios o supervisores, incluso gerentes. También los colegios empezaron a mirar y migrar hacia arriba.
Dos décadas más tarde Medellín, en particular El Poblado, empieza a saturarse. Y la solución para muchos es irse a vivir al Oriente cercano, sin dejar de trabajar en Medellín. Se desarrollan numerosas parcelaciones cerradas y edificios de apartamentos. La población vuelve a crecer. Ya el habitante de Medellín no va solo el fin de semana, ya usa el Oriente como dormitorio.
Fenómeno repetido en el alto de Las Palmas, en El Retiro, Llanogrande, Rionegro, La Ceja, con lo cual el tráfico de todo tipo de vehículos se multiplica exponencialmente.
Envigado, por su parte, es un caso especial. Siendo vecino del Valle de Aburrá, es probablemente el municipio más rico del Oriente cercano. Es y no es al mismo tiempo.
En fin. Todo cambió, todo creció, todo se complicó. Los municipios ven, asustados, cómo la demanda de servicios y de infraestructura aumenta de manera desproporcionada, debiendo atenderlos con las mismas instituciones. Y con las mismas vías. Y con los mismos impuestos.
Y cada cual, actuando por su cuenta, como rueda suelta. Sin una institución fuerte que los agrupe, que emita normas que obliguen. Existe Masora -Municipios Asociados del Altiplano del Oriente Antioqueño-, pero es más una entidad de acompañamiento y asesoría.
Municipios que se atreven a pensar en grande, como Rionegro, deben recorrer un muy largo y difícil camino si quieren reunir recursos suficientes. Lo único que parecen tener a la mano es un impuesto de valorización, pero ya ha perdido su prestigio como figura de financiación. Pregúntele a El Poblado, cada vez es más difícil demostrar la correlación entre la ejecución de una obra y el valor comercial de los predios.
Además, el público ya está más reacio a pagar, más envalentonado, más preparado para objetar, para entablar demandas, con razón o sin ella.
¿Y la Gobernación? Qué inseguro, incierto papel ha cumplido en los últimos períodos, qué timidez y falta de liderazgo. Qué oportunidades ha dejado pasar de unir de manera fuerte y decidida al Oriente cercano por medio de una verdadera Área Metropolitana y de diversas instituciones transversales que tengan músculo y trabajen por todos al tiempo.
¿Tarea ineludible para el próximo gobernador, acaso?