Odio la comida poquita

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Odio la comida poquita
Me deprime la comida poquita, pues por ser el chiquito de la casa siempre me tocó el ala del pollo o la rabadilla
/ Álvaro Molina

En algunos restaurantes he pagado cuentas exorbitantes que me parecen regaladas y en otros he pagado cuentas baratas -en apariencia- que son carísimas, lo que me permite reiterar el dicho: “Lo barato sale caro”. Cuando sabe rico, el servicio es bueno, el sitio acogedor y la cantidad justa, siempre es barato, pero lo que más rabia me da es que lo crean a uno bobo y le cobren caro por porciones de pichón a dieta.

Una cuenta de restaurante incluye ambiente, decoración y utilería, pero algunos gastan millones en locales espectaculares y a la hora de mercar prefieren ingredientes del mercado institucional, comprados al por mayor, y usted termina pagando por los honorarios del diseñador, el tapete y los cuadros, y sale con hambre o triste por el mal sabor. En algunos sitios se demoran 15 minutos con una gaseosa mientras los meseros chatean o juegan Candy Crush; un servicio malo siempre es caro y no se trata de llenarse de personal haciendo inviable el negocio trasladando a las cuentas el exceso de costos fijos, sino más bien invertirle a la capacitación del personal y luchar contra la mediocridad agobiante.

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Unos se quieren hacer ricos con porciones miniaturas midiendo cada gramo, como ciertos asaderos que rediseñaron los cortes universales de la carne. No sé de dónde sacaron algunos que un rib eye, chuletón, entrecote o bife de chorizo pueden ser de menos de 200 gramos cuando en el mundo exquisitamente superan los 450 gramos; aquí algunos usan porciones pequeñas en muchos cortes desvirtuando su esencia original; deberían ofrecer la alternativa de los cortes grandes usuales en sus países de origen. Muchos, como yo, preferiríamos pagar más, que salir con hambre. Me deprime la comida poquita, pues por ser el chiquito de la casa siempre me tocó el ala del pollo o la rabadilla. Gracias a Dios también tenemos parrillas serias y excelentes, todo hay que decirlo.

Un ejemplo de cómo engañan a incautos, supuestamente pagando barato, son las pseudopromociones de pizza de algunos negocios poco serios. La gente no se da cuenta de que está pagando carísimo. Una pizza de estas, como mucho, tendrá 200 gramos de harina de mala calidad que no pasa de 400 pesos, algún sustituto de queso que por kilo no llega a 500 , dos o tres tajadas jamón de origen dudoso que al por mayor implica costos inferiores a 300 pesos, una rodaja de piña terrible de 200, pasta de tomate de pipiripao unos 50 pesos y dos tajadas de tomate biche que no llegan a 40; al final el cliente queda feliz con una pizza de 30.000 pesos, cuyo costo difícilmente llega a 2.000. Por fortuna hay buenas pizzerías en donde usan insumos de primera, lo que se refleja en su gran flujo de clientes que prefieren la calidad y entienden que una cosa es alimentarse y otra muy distinta comer. Hablo de este tema a pedido de muchos colegas que viven mortificados, con toda razón, con la moda peligrosa de la comida en promoción que nos aleja de la tan anhelada cultura gastronómica.

Lamentable para el paladar, el gusto, la ciudad y el sector el anuncio del cierre de Mystique. Definitivamente este negocio no es fácil, ahí está la Virgen. Juan Pablo es un chef extraordinario que tendrá éxito en cualquier ciudad del mundo. Espero sus comentarios en [email protected]
[email protected]

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