En tramos críticos habrá que optar por vías subterráneas, como en Santiago. Aunque en general son obras más complejas, con problemas de suelos, servicios públicos, filtraciones y ventilación.
Supongamos que ya están terminadas las obras de Valorización de El Poblado. Y también los tramos viales que se están ejecutando en otras comunas de Medellín. O sea, que estamos en 2021 y más allá.
Para entonces, los trancones de 2018 nos parecerán pequeños, casi tiernos, pues la movilidad y la contaminación habrán empeorado gravemente. Por más que ya tengamos pasos a desnivel en todos los cruces críticos (dudoso), por más campañas que se hayan emprendido para el uso de transporte público o bicicleta, el aumento en el número de vehículos habrá aplastado cualquier logro reciente.
Y entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Cuál es, dónde está, la siguiente generación de obras públicas de alto impacto para Medellín y, en particular, para El Poblado?
En primer lugar, existe la posibilidad de que renunciemos del todo a hacerlas, tal vez porque hayamos concluido que ya la prioridad no son carros y motos, sino peatones y bicicletas. Además, adquirir el poco espacio que queda sería prohibitivamente costoso.
Pero carros y motos se seguirán vendiendo, tal vez al mismo ritmo que en años anteriores. Y no, no hay infraestructura que resista un parque automotor creciendo al 5% anual o más.
Tarde o temprano nos habremos arrepentido de esa opción, que más que solución es una rendición.
Entonces, si definitivamente vamos a hacer obras importantes, por descarte tendrán que ser subterráneas o elevadas, pues solo así se evita cruzar otras vías. Y deberán ser muy largas, que lleven gran cantidad de tráfico entre dos o más zonas críticas de la ciudad.
Quizá en Medellín, por razones geológicas y constructivas, sea un poco más fácil hacer vías elevadas que subterráneas. El mejor ejemplo es México, donde las llaman “segundos pisos”. Son puentes de entre 3 y 6 kilómetros de longitud, con accesos y salidas cada mil metros, construidas encima de las vías con mayor flujo vehicular. Dotadas de peaje electrónico, por supuesto.
Un segundo piso entre Itagüí y el barrio Caribe, sobre la actual “autopista”, podría servir como “variante” para tanto tráfico pesado que busca atravesar la ciudad sin detenerse. O podría elevarse la Regional. Y en sentido Oriente – Occidente, tal vez elevar la 33 entre San Diego y Laureles.
En ciertos tramos críticos de El Poblado, en cambio, habrá que optar por vías subterráneas, como en Santiago de Chile. Aunque en general son obras más complejas, con problemas de suelos, servicios públicos, filtraciones de agua y ventilación.
Ahora bien, si finalmente concluimos que para un sector tan denso como El Poblado sería demasiado costoso y/o ambientalmente agresivo elevar o hundir vías, entonces consideremos “segundos pisos” peatonales.
En lugar de elevar la avenida El Poblado para los vehículos, podríamos hacer estructuras más livianas y angostas para la circulación y cruce vial de peatones. Tal vez varios tramos independientes, con escaleras y ascensores cada dos o tres cuadras.
Por el estilo de High Line, en Nueva York, o Wall Place, en Londres, que incluso funcionan como parques. Ahí sí, ¡qué viva el peatón!