Justo Arosemena es un artista de origen panameño que eligió a Colombia como su segunda patria y desarrolló aquí casi toda su producción estética, desde su llegada al país en 1955 hasta su muerte en 1998. Pero, más allá de lo anecdótico, su procedencia y formación previa son indispensables para entender la novedad de sus aportes en el terreno artístico.
El florero azul es una pintura al óleo sobre lienzo, de 110 por 65 centímetros, que manifiesta claramente la compleja posición del artista y que permite adivinar por qué su obra no fue bien recibida en los medios académicos tradicionalistas, que todavía dominaban el panorama del arte colombiano alrededor de 1960.
El Justo Arosemena que llega a Medellín es un joven artista cuya formación contrasta con la de los pintores locales. Vive directamente al menos una parte del desarrollo de la pintura norteamericana de la segunda posguerra y, más adelante, completa sus estudios en España. Esos dos momentos le permiten estar en contacto, por una parte, con las formas más avanzadas de la vanguardia artística de mediados del siglo, pero, por otra, lo convencen de la necesidad de mantener abiertos los vínculos con la realidad exterior y con el público. El resultado es un arte que, por lo general, no se entrega al despliegue de lo abstracto pero que somete la imagen a un violento proceso de transformación expresiva, que tiene en cuenta los aportes de los principales movimientos artísticos de las primeras décadas del XX.
A partir de El florero azul es posible analizar los propósitos poéticos de Arosemena. La obra presenta un bodegón, que resulta identificable, si le dedicamos la atención suficiente. Sin embargo, las formas de los objetos se han descompuesto intensamente, y por eso también es evidente que no nos servirían como representación de su apariencia en la vida cotidiana. En otras palabras, Arosemena se desplaza entre dos posiciones extremas, la de la absoluta abstracción y la de la representación, pero no quiere identificarse con ninguna de ellas.
Más allá de la creación de una “imagen fotográfica”, el objetivo de El florero azul es el cuadro mismo, es decir, el manejo de los colores y la descomposición de las formas. Quizá podría afirmarse que el gran aporte de Justo Arosemena al arte de su momento, fue la proclamación de una total libertad y autonomía creativa.