El Parque Santander, que también recibe el título de Iglesia de San Francisco, de José Restrepo Rivera, es una acuarela de 42 por 55 centímetros, posiblemente pintada después de 1938. En ese momento, el artista había realizado un álbum de dibujos sobre distintos lugares, antiguos y actuales, de la ciudad de Bogotá, con motivo de la celebración del cuarto centenario de su fundación. Tal vez para algunos de ellos, el artista se valió de fotografías a partir de las cuales desarrolló sus dibujos y posteriormente acuarelas, como en este caso de El Parque Santander.
José Restrepo Rivera, quien había sido discípulo de Francisco Antonio Cano, se desempeñó sobre todo como ilustrador y dibujante en numerosas revistas del país, a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Y es necesario recordar que por mucho tiempo trabajos como los de Restrepo Rivera eran considerados como “artes menores”, para poder entender que el artista no fuera analizado con la atención que se merecía.
Sin embargo, El Parque Santander nos revela que se trata de un pintor de la más alta calidad, con un dominio excepcional de la difícil técnica de la acuarela y con una visión profundamente poética que descubre el misterio y la belleza en la ciudad.
En otras palabras, Restrepo Rivera es un artista que tiene la capacidad de poner todos los recursos disponibles al servicio de la producción de su obra –como ocurre aquí con el uso de la fotografía y del dibujo–, pero sin permitir que el evidente gusto que experimenta en los medios técnicos nos haga detenernos sólo en ellos. Por el contrario, contribuyen a crear un mundo tan preciso y delicado que genera en nosotros una cierta inquietud: paradójicamente, la exactitud de El Parque Santander parece transportarnos fuera de la vida vivida, hacia un mundo más real que la misma realidad.
En buena medida, ese efecto inquietante se plantea porque en esta acuarela, como en casi todos los paisajes de José Restrepo Rivera, la figura humana está ausente; aunque se trate de un ambiente urbano, el artista no se detiene en el análisis de la ciudad ni en el carácter efímero de su historia o de sus habitantes.
Lo único que realmente parece interesar en El Parque Santander es la arquitectura de formas y colores de la acuarela, es decir, el propio desarrollo de la obra de arte, como una creación que encuentra su valor en si misma y no en su estricta semejanza con los objetos del mundo exterior.