La Naturaleza muerta de Aníbal Gil, una pintura al óleo de 150 por 101 centímetros, realizada en 1958, presenta unas características nuevas dentro de los procesos que había seguido hasta entonces el arte en regional y por eso, seguramente, se convierte en una obra de especial interés dentro de la colección del Museo de Antioquia.
En las décadas anteriores la pintura antioqueña se había ido centrando en discusiones muy locales y había perdido marcos de análisis más amplios. Siguiendo una dirección diferente, Aníbal Gil integra en esta Naturaleza muerta las reflexiones acerca de las vanguardias artísticas de la primera parte del siglo, tal como se percibían en la época en la cual realiza sus estudios artísticos en Italia, cuando ya han sido decantadas de sus extremos rigores originales.
En última instancia, la Naturaleza muerta de Aníbal Gil se remite a la gran revolución generada por Cézanne a finales del siglo XIX y desarrollada por Picasso a lo largo de la primera mitad del XX. El propósito del artista ya no es el de lograr una representación lo más exacta posible de las apariencias de la realidad sino que pretende, ante todo, organizar los elementos que conforman la misma pintura. Por eso, el cuadro presenta una rigurosa estructuración geométrica que, obviamente, no tiene el propósito de crear en nosotros la ilusión de que estamos ante personas y objetos concretos. Al contrario, lo que nos aparece como algo real es el cuadro mismo, pero también las personas y cosas como imágenes concretas creadas por el artista en el contexto de la pintura.
Quizá a ello alude el título de la obra. Las figuras humanas aparecen con la misma presencia efectiva de los demás elementos que llenan el espacio, y todos se nos ofrecen de manera directa y total. Por ejemplo, la mesa que ocupa el centro de la pintura se mira desde arriba, lo que la transforma en una especie de plano vertical contra el cual se definen los objetos, con la evidencia que les confiere el estar ubicados en primer plano.
Pero Aníbal Gil no quiere dejar de lado su realidad social ni entregarse a una pura búsqueda formal. Así, junto a las formas de Picasso, la obra se enriquece con unos personajes que son herederos directos de la tradición latinoamericana.