/ Esteban Carlos Mejía
Bullying o matoneo ha habido toda la vida. Solo que antes le decían de otra forma: peleas en el recreo, abuso, maltrato. Sin embargo, su persistencia no es disculpa. Urge acabar con esta práctica nociva. Fue la conclusión del más reciente conversatorio de Vivir en El Poblado y el centro comercial Santafé, Acoso escolar, un reto para padres e hijos, con la psicóloga e investigadora Natalia Cárdenas.
El matoneo puede ser verbal, físico o indirecto, con tres condiciones: intencionalidad, repetición y desigualdad de poder. Por lo general se presenta entre estudiantes de 3° a 8°, de ambos sexos, en todas las clases sociales. En Colombia no abundan las estadísticas, pero la prueba Saber 2005, del Icfes, mostró altas tasas de intimidación. Según los estudiantes, 22 por ciento ha sido víctima de intimidación, 21 por ciento ha intimidado y, lo más preocupante, el 53 por ciento ha presenciado bullying en su clase. Son cifras muy parecidas a las de India, Suecia, Canadá, España e Italia.
Los niños tienden a no reportar el acoso escolar por varias razones: no saben qué es bullying, les da pena, no quieren verse débiles, creen que se lo merecen, no confían en ningún adulto. Pero hay señales que lo evidencian. Daños o pérdidas inesperadas de ropa y objetos personales. Marcas, moretones o rasguños. Abandono o cambio de amistades. Resistencia a actividades grupales. Mal humor. Líos de alimentación y sueño. Bajas en el rendimiento académico. Pensamientos de suicidio. Son indicios que padres y docentes deben tener en cuenta para detectar y corregir eventuales intimidaciones.
¿Quiénes están implicados en el bullying? Hay tres roles definidos (el bully o acosador, la víctima o acosado, los espectadores), con características y consecuencias específicas. Los acosadores seleccionan y entrenan (¡!) a las víctimas para que cumplan sus deseos y demandas. Buscan la complicidad y el silencio de los espectadores. Tienen cinco veces más probabilidades de verse comprometidos en actos de violencia, incluso hechos criminales, en comparación con quienes no hacen bullying. Pueden involucrarse en violencia intrafamiliar y abuso sexual. Tienden a padecer trastornos de personalidad antisocial y depresión, o llegar hasta el suicidio.
Las víctimas premian a los acosadores facilitándoles el control y la intimidación. Casi siempre los espectadores no las apoyan. Evitan reportar el bullying. Sufren dolores de cabeza y de estómago. La piel se les daña, se mojan en la cama y se deprimen. Se vuelven ansiosos o agresivos, tienen pocos amigos y, en casos extremos, se quitan la vida.
¿Y los espectadores? Son el punto clave del bullying. Sin darse cuenta, agravan la situación pues sirven de audiencia, callan, motivan o disfrutan de las intimidaciones. Les da dificultad hablar del matoneo. Incapaces de pararlo, son vulnerables a volverse víctimas. Sienten miedo para relacionarse con acosados y acosadores. Y se culpan por no defender a las víctimas.
¿Qué pueden hacer los papás? La doctora Cárdenas presentó varias sugerencias: establecer un código de conducta, incitar a reportar el bullying, dar guiones para actuar, estar dispuestos a escuchar y ser los campeones de sus hijos. El bullying es una plaga. Erradicarla de escuelas y colegios es obligación de padres, docentes y estudiantes.
*** Este jueves 18 de julio nuestro tema será El mago que alivia el dolor, con el doctor Tiberio Álvarez Echeverri, anestesiólogo, dolorólogo y paliátologo que, con el nombre artístico de Maqroll, hace magia para ayudar a sus pacientes. En los conversatorios de Santafé se vive y se aprende. Allá nos vemos.
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