Naturaleza y arte en Hugo Zapata

La obra de Hugo Zapata (La Tebaida, Quindío, 1945) ofrece dos experiencias complementarias: su belleza artística y la voz de la Tierra, que evoca tiempos geológicos y la historia del universo.

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La aproximación a una obra de Hugo Zapata (La Tebaida, Quindío, 1945) implica dos experiencias sucesivas pero complementarias. En primer lugar, nos atrapa su belleza, las superficies límpidas, las formas, el juego de la piedra y el vidrio y, en fin, todo lo que podemos atribuir a la mano del artista. Pero, en segundo lugar, se revela la voz de la Tierra que nos habla de tiempos geológicos como si, de alguna manera, pudiéramos tener ante los ojos la historia del universo. Naturaleza y arte en unidad indisociable.

El uso de la piedra ha sido una constante a lo largo de toda la historia del arte. Hasta la segunda mitad del siglo XX fue sometida a una especie de metamorfosis, en el sentido de que hacer arte con la piedra significaba, básicamente, lograr que pareciera ser algo distinto de ella misma como cuerpos, músculos o vestidos: cualquier cosa menos piedra. Luego, en los años sesenta del siglo pasado, las piedras entraron al terreno del arte de manera literal; rocas tomadas del mundo natural y trasladadas al ámbito del museo o dejadas en su espacio original, a veces, incluso, sin ningún tipo de intervención física por parte del artista sino solo conceptualmente asumidas y presentadas como arte: ya no transformadas en otra cosa sino “piedras piedras”, piedras en sentido estricto. De todas maneras, sea por procesos físicos o conceptuales, el valor artístico es un plus que depende del artista y no de la naturaleza.

La tradición china ofrece una posibilidad diferente: piedras encontradas, sin ninguna intervención humana, ni técnica ni conceptual, cuyas formas, colores o líneas insinúan paisajes o figuras, pequeñas o gigantescas, que se venden y coleccionan e incluso se convierten en monumentos públicos. El artista que aquí se reconoce no es un ser humano, sino la naturaleza misma que se respeta y admira como gran maestra. Cabe agregar que esta tradición no tiene equivalencia en Occidente, que considera siempre el arte con actividad humana y le da un valor solo simbólico a la naturaleza como artista.

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Con la exposición Hay un eco en esta roca, el Museo El Castillo hizo un homenaje al maestro Hugo Zapata. La curaduría de la exposición, con más de 50 obras en pequeño, mediano y gran formato, estuvo a cargo de Carlos Zapata.

Frente a esas diversas alternativas en la relación entre la piedra y el arte, Hugo Zapata propone un camino diferente y propio que, según creo, es original en el contexto del arte contemporáneo, y no solo en el ámbito colombiano, y que plantea problemas nuevos para la reflexión estética.

El artista parte de una larga experiencia y un profundo conocimiento de las piedras, en particular de lutitas, pórfidos y pizarras. Su taller está habitado por una gran cantidad de piedras que esperan pacientemente “su turno” para revelar su riqueza. Hugo Zapata sabe que, más allá de la superficie de una piedra, que a la mayoría de nosotros parece intrascendente, existe un mundo de posibilidades excepcionales. Sabe que hay allí estructuras formales, manchas de colores diversos producidos por los metales de la roca, surcos generados por el agua, texturas y, en fin, toda clase de características y de accidentes que llaman su atención. El primer trabajo del artista es la observación insistente de las piedras; una atención silenciosa y sensible, abierta a la poesía milenaria y también silenciosa que paulatinamente le va revelando la piedra. Porque, como dice Hugo Zapata, “Antes del hombre la Tierra ya escribía…” 

Pero también, mientras dirigía la creación de la Carrera de Artes de la Universidad Nacional sede Medellín en 1976, solía afirmar que “ser artista significa pensar”. Y es esa clase de pensamiento sensible el que le permite descubrir los secretos que encierran las rocas, donde está inscrito desde los orígenes lo que cada una de ellas quiere ser: espejo, afloramiento, testigo, flor. Lo que queda es el trabajo que permite a la naturaleza revelar su riqueza.

Cuando, en el Renacimiento, Miguel Ángel afirmaba que la labor del escultor consiste solo en quitar lo que sobra para que emerja la figura que habita dentro del mármol, era claro que esa imagen habitaba ya realmente en la mente del artista. En cambio, cuando Hugo Zapata trabaja la piedra y quita lo que sobra se manifiesta, sí, su propia profundidad poética y espiritual, pero lo que hace, sobre todo, es posibilitar que se manifieste la vida de la Tierra. 

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Aquí no hay metamorfosis de la piedra, ni elección conceptual ni hallazgo casual. Sería necesario decir, quizá, que la obra de Hugo Zapata es un servicio austero y poético que facilita a la Tierra la forma de entregarnos algunas de sus bellezas más íntimas.

HAY UN ECO EN ESTA ROCA

He encontrado por azar, en el interior de las rocas que trabajo, huellas cercanas a pictogramas, a signos, a señales, a ideogramas. Son gestos de un magma primigenio, rastros del trajinar de la materia en la eternidad del tiempo geológico, vestigios de avalanchas, concreciones y corrientes de lavas inestables, improntas de metales licuados, rocas blandas, cuarzos y cristales, que, aun hoy, se expanden desde la ardiente oscuridad del centro de la Tierra.

Son cenizas de hojas, pisadas de garzas en el barro, trazos de caracoles, de helechos, de semillas que cayeron en los espejos de agua o quedaron atrapadas en densos lodazales.

Son sombras de antiguas mariposas, de libélulas, de peces, de reptiles; son fragmentos de escrituras anteriores incrustados en el cuerpo cambiante del planeta; resultados de iras de volcanes y de dioses. Son heridas de la materia en su eterno viaje por el cosmos, intrigantes cicatrices que se acercan a territorios visuales conocidos por el hombre y su cultura. Son dibujos expresivos.

Hay en ellos ecos, ritmos, danzas, geometrías, claves misteriosas de un alfabeto tal vez nunca descifrable. Rescatarlos, recrearlos, establecer un diálogo con ellos y con su origen, se hace posible gracias al arte, la ciencia, la imaginación.

Antes del hombre, la Tierra ya escribía…

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Hugo Zapata

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