14 de octubre: los 20 años de un nuevo Museo de Antioquia

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Hoy 14 de octubre se cumplen 20 años de la apertura de la sede actual del Museo de Antioquia.

Una apertura que significó para la ciudadanía el primer paso para hacer realidad un sueño de muchas generaciones de esta región: poder conocer y discutir de manera amplia y generosa acerca de nuestra historia artística y de su significado social y cultural y, sobre todo, poder llevar esas reflexiones al más amplio público posible.

Recuento y análisis de Carlos Arturo Fernández sobre los 20 años de la sede del Museo de Antioquia.

Carlos Arturo Fernández
Por: Carlos Arturo Fernández

Un sueño que estaba presente en el proceso de creación misma del Museo, casi ciento veinte años antes de esa nueva apertura, lo mismo que en muchas de las discusiones que marcaron la vida cultural de la región a lo largo de todos esos años, aunque no necesariamente vinculadas de forma directa a la institución del Museo.

En distintos momentos y desde perspectivas diferentes, aparecen en esas discusiones desde Manuel Uribe Ángel, Antonio José Restrepo, Carlos E. Restrepo, Tomás Carrasquilla, Francisco Antonio Cano, Pedro Nel Gómez, Eladio Vélez, Fernando González y Gonzalo Arango hasta Darío Ruiz, Rocío Vélez de Piedrahita y muchos más que injustamente no se mencionan aquí.

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No se trata de afirmar que el Museo miró problemas que nadie antes hubiera mirado. El permanente interés del último siglo y medio por reflexionar acerca de los problemas sociales, culturales y artísticos de la región y de su significado en el ámbito nacional estaba patente en realizaciones de las décadas finales del siglo pasado.

Entre otras, cabría recordar la Historia de Antioquia, de Suramericana, dirigida por Jorge Orlando Melo o las exposiciones desarrolladas por el Museo, por el Mamm y por Sura, casi siempre con la curaduría de Alberto Sierra.


Tampoco podría olvidarse que el Mamm se inauguró en 1981 con una exposición sobre el arte en la región y que el Museo de Antioquia publicó en 1986 el libro Evolución de la pintura y escultura en Antioquia, de Jorge Cárdenas y Tulia Ramírez de Cárdenas, la más amplia presentación hasta entonces realizada sobre el arte regional.

Un cambio cualitativo

La apertura de la nueva sede del Museo de Antioquia significó un avance histórico. Un cambio de cualidad. Quizá esa afirmación pueda parecer hoy exagerada, pero vale la pena recordar que hasta octubre de 2000 ninguna entidad exponía de manera permanente la historia del arte en Antioquia.

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La colección del Museo había estado hasta entonces confinada dentro de los estrechos espacios de su antigua sede, donde solo se podían presentar fragmentos de ella, en exposiciones que la mayor parte de las veces solo llegaban a públicos muy pequeños.

Sin lugar a dudas, a lo largo de los años se habían hecho esfuerzos titánicos, llevados adelante por las sucesivas direcciones, para mantener con vida la institución, aunque muchas veces esos esfuerzos no alcanzaran a tenerla realmente abierta y funcionando de forma constante. En el cambio cualitativo que ocurrió hace veinte años no tuvo en cuenta solo los intereses derivados de los estudios sobre el arte y la cultura; en realidad, hubo decisiones políticas y económicas que lo hicieron posible.

El sello de Botero

Sin olvidar que nada tendríamos hoy si las directoras de las décadas anteriores no hubieran logrado mantener vivo el Museo, me parece fundamental reconocer el aporte definitivo de Fernando Botero y de Juan Gómez Martínez.

El aporte de Fernando Botero a la ciudad es mucho más profundo que el conjunto de obras de arte que hoy se exponen en la sede del Museo y en su plaza. Conviene recordar siempre que a lo largo de muchos años Botero había venido apoyando el Museo, a través de donaciones que se convirtieron en sendas salas de pintura y de escultura en la antigua sede.

A partir de mediados de los 90 Botero empezó a plantear el interés por donar a la ciudad toda su colección privada, formada por trabajos propios y por obras de muchos grandes artistas modernos y contemporáneos. En ese entonces esta era considerada como una de las más importantes del mundo en manos privadas.

Resultaba evidente que una tal donación no podía ser alojada ni siquiera mínimamente en el antiguo Museo y, por eso, desde el comienzo el artista señaló la necesidad de un cambio de sede, lo que exigía, por supuesto, la colaboración de los entes gubernamentales.

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Sin embargo, por razones que me resulta imposible conocer, los repetidos ofrecimientos de Fernando Botero y sus solicitudes para que se dieran los pasos necesarios para acoger su colección no fueron atendidos.

Quizá de forma poco práctica, el proyecto se enganchó a la idea de trasladar la Fábrica de Licores, lo que permitiría pensar en ese espacio para una nueva sede del Museo; sin embargo, no estaban claros los procesos de financiación ni de desarrollo de esa compleja operación. Un proyecto muy difícil que adicionalmente se enfrentaba en los meses finales de administraciones departamental y municipal. De nuevo, todo quedaba en el vacío.

Lo que al final ocurrió fue que el artista le entregó su colección al Banco de la República, incluyendo una serie de obras propias y, muy especialmente, un conjunto excepcional de trabajos del siglo XIX y primera mitad del XX; con ella se conformó el Museo Botero en Bogotá.

Una oportunidad histórica

Soy consciente de que sonará mezquino y regionalista: aunque celebro que se encuentre en Bogotá dentro del magnífico conjunto de museos del Banco de la República, lamento que Medellín haya dejado pasar la posibilidad de alojar esa colección.

Ante esa situación, en el segundo semestre de 1998 la administración de Juan Gómez Martínez comprendió que se había perdido una oportunidad histórica, pero que se mantenía vivo el interés de Botero de apoyar el desarrollo de un gran museo en la ciudad.

Lo que se produjo entonces fue una decisión política fundamental, en la que también puede reconocerse una dimensión histórica, contando con el compromiso más profundo del Museo mismo y de su entonces directora Pilar Velilla, la Alcaldía. La Alcaldía convirtió el proyecto de la nueva sede del Museo, definida entonces en el antiguo Palacio Municipal, en uno de los ejes centrales de su gobierno y de su transformación del centro de la ciudad: el arte se convirtió en el nuevo centro de Medellín, un proceso reforzado con un amplio proyecto educativo que posibilitó que sectores muy amplios de la ciudadanía percibieran que no se trataba de un asunto hermético de artistas e intelectuales sino de una reflexión sobre nuestra propia realidad histórica y cultural: Medellín, cultura viva, el eslogan del proyecto, es una idea que seguimos repitiendo dos décadas después.

Perspectivas de futuro

No se puede desconocer que la colección de Fernando Botero, tanto de sus series de pinturas y dibujos como el conjunto de esculturas, incluidas 20 de formato monumental, se convirtió en el atractivo primario del Museo: sin duda, para la mayor parte de los visitantes del centro de la ciudad y los del Museo estas obras se han transformando en un camino para aproximarse al arte.

Pero conviene regresar a nuestro punto de partida. El Museo de Antioquia, con la dinámica que se ha generado en los últimos 20 años cuando, además, ha podido recuperar su vocación fundacional como museo histórico y artístico, nos ha llevado a conocer nuestra historia cultural y artística, desde la época prehispánica hasta el presente, y no deteniéndose solo en un recuento de nuestro pasado sino, más bien, incitándonos a reflexionar sobre él.

Porque, es bueno no olvidarlo, los museos no son mausoleos donde se guarda el pasado sino centros de cultura donde las personas encuentran caminos y perspectivas de futuro.

El museo, una oportunidad de repensarnos

Medellín, el Museo y la historia del arte regional tienen que reconocerle a Botero algo mucho más importante que la donación de las obras físicas. A lo que hemos asistido es a una transformación cultural de la ciudad y de la región que nos ha permitido comprender la necesidad de repensarnos como cultura y como sociedad.

Ello se manifiesta de muchas formas: desde la posibilidad de que, aún con dificultades graves, muchos otros museos sobrevivan y desarrollen trabajos pertinentes para las comunidades; que, también con altibajos, se consolide el apoyo gubernamental y empresarial a los sectores culturales, en unos niveles que habría sido difícil imaginar hace 20 años; que haya publicaciones frecuentes sobre las artes y la cultura; que se hayan extendido cada vez más los estudios universitarios en estas áreas. Pero, sobre todo, que ahora muchas personas más entren a los museos y asuman que hay allí pueden descubrir ideas y experiencias valiosas.

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