Me da cosa que hayamos llegado a donde hemos llegado. Un sentimiento indefinido entre la impotencia, la desazón, la rabia y la incredulidad.
Muchas cosas me dan cosa en Colombia.
Es mi país y lo quiero a morir. También lo sufro; por agresivo, desi-gual, corrupto, pusilánime, intolerante, indiferente… Porque, si bien es un consentido de la Naturaleza y tiene gente maravillosa, ha sido regularmente manejado, mal distribuido y adicto a la violencia.
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Nos tratamos a las patadas, sí que lo estamos viendo ahora. Todos exigimos respeto pero no respetamos y, a falta de Estado, el que quiera disparar, dispara. La barbarie.
Me da cosa que el derecho a protestar sea satanizado por funcionarios convencidos de que Colombia termina donde termina la Sabana; miembros de la fuerza pública que abusan del mandato constitucional de mantener el orden; y gentes de bien que, arrellenadas en el sofá, se desgañitan pidiendo mano dura. ¿Es suficiente que no hagan mal a nadie? Me pregunto: ¿Son justos, amables, empáticos con quienes les rodean, trabajan o sirven?
Me da cosa que muchos de quienes están en el paro, agredan a compañeros que, haciendo uso de su libertad, no quieren sumarse al mismo. Me da cosa que las marchas sean contaminadas por delincuentes que siembran el caos, sin detenerse en cuánto esfuerzo, sacrificio y empleo hay en la mayoría de los negocios e instituciones que destrozan. Y más cosa me da que sean aplaudidos por la galería, se hagan videos entre ellos, se tomen selfies y escondan su cobardía individual en el anonimato de la muchedumbre.
Me da cosa que califiquen de pacíficos los taponamientos de vías estratégicas que impiden el paso de insumos, comida y medicamentos, violentando así los derechos al trabajo, a la salud y a la seguridad alimentaria de millones de personas. Me da cosa la reticencia de los “parados” para condenar el vandalismo y la de los Altos Mandos para hacer lo propio con los uniformados que se extralimitan, aun cuando vayan vestidos de civil. Me da cosa que no lloremos por igual a manifestantes y policías, los unos y los otros son jóvenes colombianos que tienen nombres propios y que, antes de ser enemigos, tienen en común muchos sueños por cumplir.
Me da cosa que el gobierno necesite de mecanismos de presión, fuertes y amenazantes, para reaccionar. La sobradez o la falta de información no lo dejan conectar con la realidad de millones de compatriotas. Cuando el presidente Duque habla –la decencia por sí sola no gobierna-, lo hace como si su público fuera un puñado de académicos y no montones de ciudadanos de a pie que ya no aguantan más dificultades y necesitan ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones.
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Me da cosa que haya políticos y precandidatos que, azuzando y dando versiones parciales de los hechos a la comunidad internacional, quieran aprovecharse de esta situación. Celebran como hienas el desangre del país.
Me da cosa que hayamos llegado a donde hemos llegado.
Me da cosa Colombia.
ETCÉTERA: La RAE dice que cosa es “lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, concreta, abstracta o virtual”; mi propio diccionario dice que es un sentimiento indefinido entre la impotencia, la desazón, la rabia y la incredulidad. No obstante, #MiVidaEsUnaMarcha por el periodismo honesto e independiente.