Mucha desazón 

El consejo de ministros de la semana pasada dejó mucha desazón en Colombia. La transmisión del martes, 4 de febrero, mostró un gobierno desarticulado, un presidente que no tiene ascendencia en su propio gabinete, ni aparentemente gobernabilidad alguna; además de un equipo profundamente dividido. El mismo equipo que debería estar trabajando por su propuesta de cambio, la misma que llevó al poder al primer gobierno de izquierda en el país. El mismo equipo que debería estar liderando sin excusas, con eficiencia y con respeto.

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Ya había escrito sobre el liderazgo en esta columna, sin embargo, esa misma desazón es la que precisamente me motiva a traer este tema de nuevo a la conversación. Por casi seis horas, los colombianos vimos cómo el discurso de las excusas le entregó material de entretenimiento a las redes sociales y avivó el debate alrededor del incumplimiento de los acuerdos que los colombianos exigieron buscando un país mejor.

El liderazgo real se mide en los momentos de mayor presión. No se trata de señalar a otros o de explicar por qué las cosas no se han hecho, sino de tomar decisiones, asumir las responsabilidades y encontrar soluciones. Grandes líderes en la historia han enfrentado crisis sin excusas. Desde Winston Churchill en tiempos de guerra hasta líderes empresariales que han rescatado compañías en crisis, todos comparten un rasgo fundamental: cuando las dificultades aparecen, las enfrentan con determinación, sin esconderse detrás de discursos vacíos, convenientes y facilistas.

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Lo que vimos en el Consejo de Ministros fue lo contrario a esto. Un gobierno que prometió transformación pero que sigue justificando su falta de avances en la herencia recibida. Es cierto que ningún cambio profundo ocurre de la noche a la mañana, pero un líder con visión sabe que la ciudadanía no espera excusas, sino resultados. La falta de coordinación y las recriminaciones mutuas dentro del gabinete no solo evidencian la ausencia de liderazgo, sino que socavan la confianza de quienes esperaban una verdadera transformación.

El cambio no se proclama, se lidera. No basta con señalar los problemas o culpar a terceros, se requiere capacidad de gestión, planificación y, sobre todo, voluntad para asumir la responsabilidad. Colombia votó por un cambio, pero lo que presenció ese martes fue una administración incompetente que aún no logra articular un camino claro para cumplir sus promesas.El liderazgo auténtico no se mide por la elocuencia en los discursos ni por la cantidad de veces que se menciona la palabra “cambio”. Se demuestra con acciones concretas, con equipos alineados y con una hoja de ruta clara. La historia no recordará a quienes se escudan en excusas, sino a quienes, en los momentos críticos, asumieron la responsabilidad y lideraron con determinación.

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