Algo conozco a las monjas, por eso las prefiero de lejitos. Recuerdo con cariño a la madre Inmaculada, que me enseñó a leer y escribir. No así a la madre Francisca ni a Araceli.
Adriana Torres alega ser misionera carmelita; Alba Teresa Cediel es misionera de la Madre Laura.
Aquella acaparó los titulares patrios vociferando arengas en la manifestación de seguidores y opositores del expresidente Uribe, el día de su indagatoria en la Corte; esta, los titulares europeos hablando alto y claro sobre el papel de las mujeres en la iglesia católica –siempre segundón-, durante el Sínodo Amazónico que tuvo lugar en Roma.
Ambas levantaron ampolla, no es común ver una religiosa con megáfono, como no sea en bazar o acto cívico.
Algo conozco a las monjas –de los tres a los 16 años estudié con ellas-, por eso las prefiero de lejitos, aunque admito mi admiración pasada y presente por algunas que se salen de lo común: inteligentes, claras, compasivas y valientes.
(Recuerdo con cariño a la madre Inmaculada que me enseñó a leer y escribir, a Soledad que me dejaba patinar por clausura, a Martha que me permitía leer en clase de costura y cada año me salvó de la temible matrícula condicional… No así a la madre Francisca que quería “atarme una piedra de molino al cuello y lanzarme al agua”, porque llamé busto lo que ella llamaba “contorno de pecho”; ni a Araceli que, creía yo, me decía “la grande” en argentino, cuando sulfurada me gritaba que parecía hija de la mucama… A Enriqueta que me echó de las “escaus”, el día que estrené el uniforme, no quiero recordarla).
Volvamos a “la de Uribe” y “la amazónica”.
La de Uribe, no sabemos si es monja o se disfraza porque, hasta ahora, no solo no la ha reconocido ninguna congregación, sino que muchas han descalificado su beligerante proselitismo: “¡Qué viva el sagrado Álvaro Uribe!, ¿por qué lo persiguen?, él está con el señor Jesús”. Incluso el obispo Abraham González, líder de la Prelatura Apostólica de Corpus Christi, la dejó mal parada en entrevista radial: “La conozco. No pertenece a ninguna comunidad religiosa. Es una mentirosa de tiempo completo, es una persona poco recomendable”.
Oh, oh. ¿Sabrían esto las senadoras Valencia y Guerra que con tanta efusividad la recibieron en la sede del Centro Democrático en Bogotá? ¿Sabría esto el comerciante que la patrocina y dice de ella: “Es un amor, tiene un don que Dios le ha dado y que lo comparte con la gente”? ¿Sabría esto el Grupo Tendencia Uribista que la tiene entre sus filas? Averígüelo Vargas, toda ella es un enigma a grito herido.
A lo que hemos llegado con la religión y la política. Dos ingredientes que, juntos, vuelven tóxico cualquier coctel.
ETCÉTERA: La amazónica, más allá de ser mujer –tremendo problema-, sabe muy bien cuál es el terreno que pisa, y lo reivindica sin sonrojarse: “La presencia de la mujer en la selva de la Amazonía es muy grande y hay muy pocos sacerdotes que tienen que ir de un sitio a otro, sin embargo nosotras hacemos una presencia constante. Acompañamos a los indígenas en los diferentes eventos; cuando el sacerdote no puede y se necesita que haya un bautismo, nosotras bautizamos, si alguien se quiere casar, nosotras somos testigos de ese amor, y muchas veces nos ha tocado escuchar en confesión y aunque no damos la absolución, creemos que Dios Padre está ahí”. (Mis respetos para usted).
No se escandalicen reverendos jerarcas; mejor interpreten los signos de los tiempos.