Es mi primera columna para Vivir en Oriente y voy a lanzarme a tratar un tema que he estado conversando en distintos entornos y tiene que ver con la forma en la que se ha venido transformando el Oriente cercano, en la última década.
Se ha vuelto el sueño local mudarse allí: alejarse del bullicio que se vive en Medellín, del calor, del aire sucio para buscar un espacio más verde y vivir en contacto con la naturaleza. Lo quieren hacer los jubilados, las familias con niños y quienes tienen la fortuna de teletrabajar. ¡Prácticamente todo el mundo!
La cosa es que anhelamos la naturaleza que, al llegar a habitar, transformamos irremediablemente. Aparecen nombres de conjuntos y parcelaciones que evocan el trópico exuberante que van removiendo: nombres de pájaros, árboles, quebradas e infinitas palabras que emanan tranquilidad. Porque eso nos hace falta a todos, la tranquilidad que ofrece el contacto con la naturaleza. De hecho, la pandemia puso de manifiesto esa “enfermedad” que padecemos cuando estamos disociados de ella: SOLASTALGIA.
Pero, más allá de si nos genera angustia o no esa degradación ambiental que causamos, lo que sí es cierto es que queremos estar entre el verde.
Lo que también es cierto es que habitar el campo puede plantearse desde un modelo distinto a los suburbios. Solo hace falta poner el foco en el diseño de espacios a escala regional, en el que se piense en centralidades en las que existan servicios básicos -como alimentación, mercados locales, farmacias, centros de salud, deportivos, etc.- a los que las personas puedan llegar caminando, aprovechando la topografía plana del valle de San Nicolás.
La famosa Ciudad de 15 Minutos se vuelve la oportunidad perfecta para planear espacios incluyentes que además contengan sostenibilidad. Hace poco vi un ejemplo en Montreal (Canadá), en el que un supermercado de comida orgánica tenía en su tejado la granja donde producía sus alimentos. Esto es llevar al límite el concepto de cadenas cortas de comercialización y de traer el campo a la ciudad que, en el caso de Oriente, sería permitir la llegada de la ciudad sin desaparecer el campo.
Pero si de lotes con espacio verde se trata, existen opciones para que el sueño de habitar en medio de la naturaleza no vaya en su detrimento. Pueden hacerse diseños a escala de predio utilizando la permacultura -un tipo de diseño que se basa en el pensamiento sistémico, holístico, integrador-, que ayuda por ejemplo a pensar en techos que cosechen agua, en zonas verdes con jardines funcionales, sistemas de tratamiento de agua inspirados en humedales o en casas con bioclimática.
Me parece interesante plantearse que quien se muda del Valle de Aburrá al Valle de San Nicolás, está también siendo un “desplazado” por decisión propia, que va de un sistema degradado en su base natural hacia uno mejor conservado. ¿De qué manera podría ser esa relación con el lugar de inmigración? Cada quien tiene en sus manos la manera de hacer que esa relación sea virtuosa, usando la imaginación.
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