Yo estudié en un colegio católico en Medellín. Allí pasé desde kínder con la hermana Alice, hasta sexto de bachillerato (11 grado para mis hijos y sus contemporáneos). En el colegio me enseñaron que una cosa era el cuerpo y otra el alma. El primero era el terreno donde el diablo intentaba conquistarnos para llevarse el alma al fuego eterno de los infiernos…
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Esto no se lo inventaron los curas ni las hermanas de la caridad. Esta división tiene raíces en las ideas platónicas, donde este filósofo consideraba que el alma era inmaterial y eterna, mientras que el cuerpo era material y transitorio. Y con esta idea me fui yendo por la vida; inclusive, cuando estudié medicina yo seguía pensando que somos dualidad: cuerpo y alma.
Pasarían muchos años, hasta que hace relativamente poco, no más unos 5 años, un artículo de Harvard Business Review (HBR)* me habría de cambiar mi concepción de lo que los seres humanos somos. Este artículo explicaba como los líderes empresariales, al igual que los deportistas de alto rendimiento, necesitan comprender que los seres humanos estamos compuestos de varias dimensiones que se conectan y soportan entre sí. Allí hablan concretamente de 4 dimensiones que se estructuran en forma de pirámide. En la base, la más ancha de todas es la dimensión física representada por el cuerpo. Encima de esta se apoya la dimensión emocional, el corazón. Esta soporta a su vez la dimensión mental, el cerebro; y, por último, la más alta coronando el triángulo es la dimensión espiritual, el alma. [Cabe anotar que espiritualidad no es religión. Espiritualidad es entender que somos parte de algo mucho más inmenso que nosotros; es sobrecogernos ante la belleza de la vida o la inmensidad de un cielo estrellado o la grandeza de un bosque de árboles centenarios]. Mucho de esto podría sonar muy hippie o new age; sin embargo, recordemos que fue publicado por el mismo HBR, la biblia de la productividad empresarial en Estados Unidos.
Un par de años más tarde, habría de encontrarme con un nuevo concepto que se me apareció por múltiples fuentes: la dimensión energética, que tiene la función de conectar y regular las otras 4 dimensiones. Esto completaba 5 dimensiones, 5 cuerpos conectados que se soportan unos a otros; y cuyo bienestar debe ser visto holísticamente. Nada más lejano a lo que yo había aprendido en mi escuela de medicina.
Hoy sabemos que los cinco cuerpos se pueden cultivar y cuidar a partir de los hábitos, aquellos actos que hacemos repetidamente todos los días de manera involuntaria, pero que marcan decisivamente nuestras vidas. Los hábitos se aprenden conscientemente para luego hacerlos inconscientes y parte fluida de la vida. Somos un gran sistema en el que todo en nuestro interior se conecta, razón por la cual al mejorar un hábito podemos impactar positivamente otros en una reacción en cadena.
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Para terminar, y como algo práctico, pongamos algunos buenos hábitos en blanco y negro:
- La alimentación consciente (aprender a escuchar el cuerpo), y el ejercicio/actividad física (muévete conscientemente) son la base de muchos de nuestros comportamientos, y son la manera de cuidar la dimensión física donde habitamos.
- El balance mental y la armonía (meditación, yoga, oración, mindfulness) y la respiración consciente (que te conecta con la vida) alimentan y fortalecen el corazón.
- El sueño y el descanso para reparar son fundamentales para una mente sana.
- La gratitud, el propósito y la actitud compasiva ante la vida (entender el sufrimiento y estar dispuesto a remediarlo) son fuentes de energía altamente renovables; es decir, se pueden cultivar; y alimentan las dimensiones espirituales y energéticas.
Decía Gandhi:
“Cuida tus pensamientos, porque estos se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque estos se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque estos determinan destino”.
Entonces, ¿qué eres tú, sino tus hábitos?. Comienza por hacerlos conscientes, sin prisa pero sin pausa.
*The making of the corporate athlete – Jim Loehr y Tony Schwartz.