/ Carlos Arturo Fernández U.
El 18 de febrero de 1564, hace 450 años, murió en Roma Miguel Ángel Buonarroti.
Aunque estaba a punto de cumplir 89 años (había nacido el 6 de marzo de 1475), apenas tres días antes estaba todavía trabajando en la Piedad Rondanini, lo que significa que seguía enfrentado con martillos y cinceles al mármol, la materia que prefirió siempre para sus creaciones artísticas.
Bóveda Capilla Sixtina | Piedad Rondanini |
Seguramente resulta absurdo decirlo frente a una generación tan relativista y escéptica como la nuestra, pero moría el que ha sido, quizá, el más grande artista de todos los tiempos, autor de una multitud de trabajos que se encuentran entre los más conocidos por casi todo el mundo. Obras como la Piedad, el David, el Moisés, los frescos de la Capilla Sixtina y la cúpula de la Basílica de San Pedro son admiradas como obras maestras y forman parte del imaginario universal, como pocas.
Pero ni lo anterior, ni tampoco recordar que ya su propio siglo le daba un valor casi absoluto a su arte, bastan para afirmar su trascendencia. Lo realmente importante es reconocer la vigencia de Miguel Ángel y la actualidad de su pensamiento artístico. Porque muchas de las ideas que todavía tenemos acerca del arte fueron desarrolladas consciente o inconscientemente por él y pueden descubrirse en sus obras.
Cuando el papa le encarga pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, lo que en el contexto de la época es una orden, Miguel Ángel se niega, alegando que no es pintor, y mucho menos de obras al fresco, sino escultor. La pelea entre ambos lleva casi a una ruptura diplomática entre el papado y Florencia, la ciudad del artista, y es solo por la presión florentina que finalmente Miguel Ángel acepta el encargo. Pero empieza entonces una nueva discusión porque el papa pretende señalar lo que se debe pintar en la que, al fin de cuentas, es su propia capilla; y, además, como era el uso corriente y tratándose de temas religiosos, era necesario someter toda la idea a un control de ortodoxia por parte de los teólogos pontificios. Sin embargo, esta vez no hay negociación posible: la capilla puede ser del papa pero la obra es del artista y es él exclusivamente quien definirá lo que allí se pinte, a partir de una aprobación general de la ortodoxia del tema (sería ingenuo creer que le hubieran permitido pintar incluso una obra anticatólica). Por eso, la bóveda de la Capilla Sixtina, con su complejo entramado de escenas del Génesis (de la creación al diluvio), desnudos heroicos, profetas, sibilas, antepasados de Cristo y escenas escogidas del Antiguo Testamento, es un mensaje de Miguel Ángel, no del papa, un mensaje abierto a múltiples interpretaciones. Es un cambio radical que se da aquí por primera vez en la historia del arte, de manera tan contundente. No es exagerado afirmar que cada vez que enfrentamos una obra y nos preguntamos por lo que ha querido decir el artista, estamos refiriéndonos a una visión del arte que arranca del Miguel Ángel de la Sixtina.
Y la insistencia en el valor de la idea que se quiere comunicar llega incluso a romper con la inercia de la materia. La Piedad Rondanini, que es su escultura final, revela ese proceso. Todavía quedan huellas de la manera como los bellos cuerpos heroicos se destruyen para dar paso a figuras espiritualizadas, casi conceptuales. Es el predominio del pensamiento y de la expresividad, en un impuso ético y moral, en contra de la belleza clásica. Como sigue siendo en el arte de hoy.
Por supuesto, no es un camino simple, y también en Miguel Ángel se ha visto a veces una especie de retorno a austeridades medievales. Pero no se trataba, quizá, de una postura dogmática sino más bien de la búsqueda existencial de un hombre que, desde una altura privilegiada, comenzaba a entender que la realidad no es un hecho dado sino el resultado de una libre interpretación. Y ante el vacío por el que ha decidido caminar, se aferra a unos valores que considera esenciales. Como hace el hombre actual ante el pavor del futuro.
Lo más fascinante de Miguel Ángel es percibir que, después de 450 años de su muerte, sigue siendo un hombre contemporáneo.
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