Había muchas, muchísimas cosas por las cuales era conocido Miguel Escobar: su labor como editor durante muchos años al frente de la Colección de Autores Antioqueños; su conocimiento “científico-filosófico” del famoso grupo Los Panidas y sobre todo de la obra de León de Greiff; su igualmente asombroso saber sobre el cronista Luis Tejada y sobre el Maestro Cano. Su afición por la caricatura: Rendón, Longas, Pepe Mexía, Posada, Obregón. Su conocimiento único sobre la historia de la fotografía en Antioquia y las antiguas revistas y periódicos de la región. Y qué sé yo qué cosas más. Miguel también era un excelente dibujante y se quedó con las ganas de mandar a imprimir una libreta de apuntes donde, en lo alto de las páginas, yacía una mujer desnuda.
Miguel también había sido el fundador de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto (1985), merced al entusiasmo de su directora Gloria Inés Palomino, y se enfurecía cuando en las reuniones de la Alcaldía alguna funcionaria con cerebro de amiba sugería que el 90% de las colecciones patrimoniales de la BPP se podía vender por kilos, porque eran “papeles viejos, sucios, empolvados, duplicados, que nadie consulta”. Y quien decía y dice esto, ¡es una bibliotecóloga! Miguel seguía el consejo de doña Luz Posada de Greiff: “Muchachos, no boten ningún papel, que algún día servirá”.
Miguel fumaba mucho y jugaba al póker en solitario en su computador, a una velocidad fantástica, mientras oía antiguos sones cubanos. También le fascinaban Louis Armstrong y Ella Fitzgerald.
Lo de la caricatura hay que resaltarlo. No había libro ni catálogo ni exposición documental donde no fuera obligatorio poner una o varias caricaturas o dibujos –él a todo eso le decía “caricaturas”- de los sujetos tratados. Había que esperar a que Miguel llegara con sus muñequitos para adornar la documentación, o de lo contrario no se podía dar por terminada. Así, de hojita en hojita y durante muchos años llegó a acumular el más grande banco de ilustraciones o imágenes sobre escritores y artistas antioqueños que se conozca al menos en el departamento: ahí están De Greiff y sus Panidas, Barba-Jacob, Carrasquilla, Fernando González, Mejía Vallejo, Pacho Rendón, Tejada, Ciro Mendía, Pedro Nel, Eladio, Rojas, etc. Cuando la caricatura original la conseguía en malas condiciones, la fotocopiaba y la retocaba cuidadosamente una y otra vez hasta que quedaba como nueva y sin mancha alguna. En los últimos tiempos estábamos ayudándole al Metro con sus exposiciones sobre escritores y allí está la mano de Miguel, como dicen las señoras, “patente”. Lo mismo que con la colección de las “Palabras rodantes” del Metro y Comfama. En la pintoresca oficina editorial a la francesa que tenemos en el centro merced a Monsieur Richard, habíamos preparado una nueva y preciosa entrega por primera vez ilustrada de los “Cuadros de la Naturaleza” de Joaquín Antonio Uribe, para el Jardín Botánico, pero resulta que el “Botanical Garden” ya no se llama “Joaquín Antonio…” porque alguien en la Alcaldía mandó quitarle el nombre. Esto hay que demandarlo públicamente.
Pero si esos eran entre muchos los tesoros de Miguel, él era el tesoro de sus amigos, con su inmensa generosidad, a veces excesiva, que ejercía a la par con los desconocidos que llegaban a preguntarle “algún datico” y se llevaban todo un archivo de información que él les brindaba de memoria, o a quienes remitía a las fuentes precisas. Muchas tesis universitarias fueron posibles, galardonadas y publicadas gracias a la ayuda de Miguel. Y, atención, que preparamos con Miguel para el mundo financiero y del coleccionismo un gran libro sobre “Acciones, bonos, títulos valores en la Historia de Colombia”. Buscamos auspicio.
Miguel era de Armenia y tenía el título de Gran Caballero de la Orden del Quindío. Con él como espadachín de la cultura y como en las novelas de Dumas, éramos más de cuatro los idealistas mosqueteros (con Gustavo, con Jesús, con Leo) y nos podíamos quedar callados como niños autistas muchas veces, sin decir nada, fingiendo “pensar”, esa labor tan difícil. Dicen que poder estar juntos y en silencio es la prueba más difícil y certera de la amistad.
Sí, Miguel fumaba mucho pero no creo que haya sido el cigarrillo lo que se lo haya llevado sino, simplemente, la vida, la Providencia, hacia nuevas galaxias. Y sus amores, sus mujeres, sus amigas, dirigen su alma suavemente desde aquí, como una cometa iluminada. En pequeño homenaje le dedico estas líneas de Armstrong, de su canción “It´s a wonderful world”, que le fascinaba:
Veo los verdes árboles, y también las rojas rosas
Las veo florecer, para tí, para mí
Veo los cielos azules, y las blancas nubes
Los benditos días brillantes y las sagradas noches oscuras
Los colores del arcoiris, tan bellos en el cielo
También están en los rostros de la gente que pasa
Veo a los amigos estrechándose las manos y preguntando “cómo estás”
Pero ellos en verdad están diciendo “te quiero”
Y me digo a mí mismo: ¡qué mundo tan maravilloso!
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