Hace muchos años, como unos 12, viví fuera del país. Me relacioné con personas distintas a las que siempre frecuentaba, y ellas sembraron en mí la idea de impulsar cambios a través de acciones concretas. Allá utilizamos el teatro callejero para mover a la gente de su zona de confort, y provocamos incomodidad frente a la relación entre los seres humanos y el tiempo, representando la obra Momo en versión clown.
Regresé a Medellín, y esa idea de participar en procesos para movilizar el cambio se volvió una necesidad. Quería trabajar porque mi interés por el cuidado del medio ambiente se transformara en acciones. Investigué movimientos en mi ciudad. Intenté hacer parte de mesas ambientales, pero terminé enfocándome en participar en un movimiento ciudadano que persigue promover la sostenibilidad a través de proyectos y recomendaciones políticas: La ciudad verde.
Ese fue un tiempo muy transformador; por primera vez estaba cerca de muchas personas que me inspiraban profundamente, que eran verdaderos agentes de cambio en acción, que consolidaban procesos y acciones concretas (de allí salieron plataformas como Low Carbon City y campañas como Mejor sin pitillo, entre muchísimas otras). Aprendí y sigo aprendiendo de quienes conocí ahí.
Después, me enteré de un proceso que llevaba más de 14 años en la tierra de mis abuelos y yo ni sabía. Se trataba de la fase de exploración minera de Quebradona, en el Suroeste antioqueño, concretamente en Támesis y Jericó. En el 2019, yo estaba integrándome más a la zona porque quería aportar en la conversación sobre la biodiversidad, así que busque involucrarme en la mesa ambiental del municipio. Conocí personas que me fueron incluyendo en el movimiento social de defensa contra la megaminería de metales, que se concretaría a través de una posible licencia ambiental para la minera sudafricana. Ahí nació mi relación con Visión Suroeste, un movimiento por el cuidado de la vida, desde la no violencia y los argumentos técnicos. Me enamoré. Me encontré con el concepto de regeneración, ese que vengo trabajando en los últimos tres años y me tiene fascinada.
Me invitaron a “juntar las velitas”, a unir a todos aquellos que, en el Suroeste antioqueño, tienen como propósito hacer las cosas de manera diferente para cuidar la vida en procesos que también generan ganancias económicas, pero que, sobre todo, generan esperanza. Así, llegué a la Red de regeneradores en movimiento, un grupo de más de 45 iniciativas que demuestran que es posible aprovechar ese territorio mágico que es el Suroeste para vivir bien, generando externalidades positivas (en lugar de negativas, como lo hacen la mayoría de los negocios del Business as usual o neutras, como pretende el desarrollo sostenible).
Actualmente, Visión Suroeste trabaja no solo por la defensa, sino principalmente por construir narrativas alrededor del buen vivir y la regeneración (del suelo, del espíritu, del modelo económico). Por soñar un futuro hermoso y volverlo realidad.
Hoy, puedo afirmar que la participación ciudadana es el camino hacia el mundo en el que quiero vivir.