Amo Medellín y me siento muy orgullosa de ser colombiana, pero, como decimos las mamás, “amor no quita conocimiento”. Así que apaguemos el indignómetro porque esto que voy a escribir no es una comparación, ni más faltaba, pero sí una reflexión vigente (pospandemia y todo) de la experiencia que tuve en mi visita a Silicon Valley.
Desde que llegamos a Migración (mi esposo, mi hijo -cuando eso Cristóbal tenía un año- y yo), nos recibieron muy amables y hasta cariñosos con el bebé. No me llevaron al cuarto, procedimiento que vienen haciendo conmigo hace unos diez años y en el que aprovecho para meditar y probar mi autocontrol.
Cuando salimos a la calle, inmediatamente sentí una onda de camaradería con otros latinos, negros, orientales, y hasta con los mismos norteamericanos. Pareciera que quisieran probar que su presidente está equivocado. Siempre con una sonrisa, un excuse me y un have a good one. Incluso un chico nos oyó hablando y nos preguntó en español de dónde éramos. Yo le pregunté lo mismo y me dijo que de San Francisco, pero que había aprendido español y así, nos deseó un buen resto de viaje.
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El Valle del silicio… no, “Silicon” no significa silicona. Sólo se parece al del Aburrá en las montañas que tanto extrañamos cuando salimos. En nada más. No es ni mejor ni peor, pero es muy distinto. Y no son sus autopistas, ni sus carros autónomos, ni sus camareras-robots, ni sus algoritmos que predicen lo que queremos incluso antes que lo queramos, ni el spaceship del nuevo Apple Park.
Tampoco son sus edificios que alojan unicornios, ni sus bicicletas de colores, ni sus universidades incubadoras. Lo que hace a Silicon Valley es el ambiente de colaboración, participación y confianza. Les gusta verlo y probarlo todo. Por eso todo se vale. Hasta equivocarse. De hecho los errores se capitalizan más que los aciertos. Si no te has quebrado, ¿qué vas a saber de emprendimiento?
El concepto de éxito es muy distinto. No se mide con el saldo de tu cuenta bancaria, porque eso es sólo plata. Allá vales los amigos que tienes, y por eso la importancia de la red como eje de la sociedad.
Entre mi viaje de carruseles, playgrounds y coche, tuve varias reuniones muy importantes. CEO que me atendieron estripando sus agendas sólo por el hecho de que yo venía desde lejos (nuestra ciudad sí tiene eso, es casi mística para quienes sólo lo han oído a través de eco de las noticias). Personajes que me recibieron con mi bebé y lo acogieron con sonrisas y crayolas para colorear; vistiendo jeans, tenis y la claridad más aguda para aprovechar los 30 minutos disponibles. Interesados en saber qué es lo que está pasando en Medellín y confundidos por la escasa presencia de latinos emprendedores en California.
Y es que el ambiente allá es fácil y ágil. Nosotros traemos el purgatorio en la genética porque creemos que si no duele no sirve. Que si uno no padece no logra. Como si la felicidad y el éxito fueran una meta y no un camino. Y cómo si de ese camino, lo más importante no fuera la compañía.
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