Recobrar la diversidad de nuestros alimentos no solo es necesario, sino posible. Medellín, ciudad comestible, en la que caminas y encuentras riquezas alimentarias, nos está mostrando el camino.
Escuchando al maestro Chakry, jaibaná de la comunidad indígena Karma Rua, en el Suroeste de Antioquia, cuenta que sus abuelos llamaban al Valle de Aburrá El Valle del Sol del Río Serpenteante, un lugar megadiverso en medio de montañas sagradas, aguas ricas en nutrientes y baños de sol prolongados.
El río no serpentea como antes, las aguas no son tan frescas, y el sol radiante se ve opacado al menos dos veces al año con la crisis de contaminación del aire; sin embargo, la megadiversidad que antes existía aún resiste y permite que en nuestra ciudad haya tesoros increíbles, un patrimonio a simple vista pero que no todos ven.
Entre el ruido, el pavimento y los edificios cada vez más altos aún podemos encontrar alimentos libres, lo que no creería fuera posible en medio de la ciudad si no los hubiera visto con mis propios ojos: frutas exóticas, como las yacas, mabolos y aymarás; tubérculos ancestrales, como el yacón, malanga y topinambur; plantas medicinales, como la hoja santa, diente de león y achiote; y plantas alimenticias no convencionales (PANCs), como onda de mar, malvaviscus y tumbergia azul. Si a estas “rarezas” les sumamos las variedades de mangos, guayabas, pomas, grosellas, aguacates, cítricos y corozos que se ven en las bermas y corredores verdes, podríamos valorar y cuidar mejor el gran tesoro que tenemos.
Las ciudades son epicentros de la crisis climática y también gran parte de su solución. Las necesidades, deseos y hábitos de las personas en las ciudades aportan el 70 % de las emisiones del cambio climático. Para reverdecer el mundo, las ciudades y sus personas necesitarán ser la fuerza principal del cambio, tomando conciencia y actuando para reivindicar los cuidados para la naturaleza.
Necesitamos ciudades que se parezcan más a los bosques, diseñadas para ser atravesadas por humanos, ríos y naturaleza. Niños que crecen en ambientes donde no hay naturaleza sufren de “amnesia ambiental”; la ausencia de biodiversidad produce apatía por la naturaleza, lo que conduce, inevitablemente, a la continua degradación del hábitat común.
Nuestra ciudad tiene esa megadiversidad y nos está mostrando el camino. Si le diéramos la importancia y restauráramos su patrimonio natural, podríamos comenzar a contrarrestar la crisis climática desde el lugar en que vivimos, comenzando por lo que comemos, o dejamos de comer, por ejemplo. Observar a esta ciudad comestible nos da pistas para comer mejor. Reconfigurar nuestras dietas para comer menos de lo mismo y abrirnos a más alimentos diversos, tendría un impacto inmenso en nuestra salud y la naturaleza. Hemos perdido la diversidad alimentaria. ¡Solo tres especies – arroz, trigo y maíz – proveen el 43 % de todas las calorías a nivel mundial, cuando tenemos alrededor de 31.000 plantas comestibles!
En esta época de múltiples crisis ecosociales, vale la pena sumarle un cambio de visión del mundo a la Cuarta Revolución industrial y a ser el “Silicon Valley” de la región: reintegrarnos como naturaleza, cuidarnos en la naturaleza, y hacernos una especie sanadora para el buen vivir en el Valle del Sol del Río Serpenteante.