Esta columna lleva muchos años imaginando cómo Medellín podría ser una ciudad más amable y un vividero mucho mejor. Porque la calidad de vida que una ciudad permite -o no permite- es una de las variables de mayor impacto sobre la felicidad y la productividad de las personas.
Una ciudad ineficiente, congestionada, insegura, hostil y desigual es una desventaja comparativa muy difícil de solucionar. Aburre. Agobia. No atrae ni retiene a las personas que podrían sacarla adelante.
A lo largo de muchísimos años, Medellín le otorgó, es de lamentar, la máxima prioridad de su espacio público al vehículo particular. Claramente, eso no va a cambiar en poco tiempo. Se requerirá un esfuerzo muy consistente y enfocado a lo largo de 20 años como mínimo.
La clave para ser una ciudad mejor es sorprendentemente simple: más espacio para la gente. Más y mejores aceras, más y mejores parques. Y también más vías convertidas a espacios peatonales, más y mejores cebras y semáforos para cruzar vías, más y mejores ciclorrutas. Y siempre: un transporte público mayor y mejor.
A medida que sube y sube la congestión, todo el esfuerzo de movilidad debe orientarse a reducir el número de viajes en carro particular. A estimular a más y más conductores a caminar o tomar el bus, en lugar de usar su vehículo, para cualquier gestión.
Y en cuanto a parques, mientras Medellín crecía y se desarrollaba, rara vez se preocupó por destinar espacios urbanos importantes para este fin. La mayoría de sus barrios no tienen un parque mínimamente decente o están a varios kilómetros del parque más cercano.
Un parque para salir a caminar, a descansar, a llevar al bebé en coche, a pasear al perro, a conversar con la pareja, siempre con la seguridad de que no se va a compartir el espacio con la locura de carros, buses y motos. Que no sea necesario, como lo es hoy, ir a un centro comercial para caminar tranquilo.
Al estar tan atrasada en este campo, la política y las acciones de Medellín deben ser mucho más agresivas. El municipio podría adquirir, con fondos propios, manzanas enteras en diferentes sectores de la ciudad, preferiblemente con edificaciones antiguas, de bajo nivel y poco comerciales. Y luego, proceder a demolerlas y convertirlas en parques. Esta renovación, con el tiempo, ayudará a que las manzanas vecinas también reciban inversión nueva y sean renovadas o reconstruidas con fondos privados.
Inevitablemente, también llegará el momento de adquirir, a un precio aceptable, los amplios terrenos que varios clubes destinan a canchas de golf para que sean transformados en parques públicos. Adicionalmente, se requieren varios planes sectoriales para remodelar secciones más grandes de la ciudad, quizá de 10-20 manzanas. Aunque no sería necesario demolerlas todas, por supuesto, sí hay que hacer nuevos urbanismos.
El municipio sería inversionista y promotor. Con el respaldo de la inversión y una gerencia privada, muy probablemente podría obtener utilidades importantes por la venta de predios o inmuebles en zonas de inminente recuperación.
Ojalá el nuevo POT, a revisarse y definirse en este 2026, no solo permita, sino que estimule estos desarrollos. ¡Adelante, Federico!