Más allá del placer, la paradoja del esfuerzo y del dolor

Uno de los fenómenos que más me sorprenden es el “dolor” o las sensaciones comúnmente calificadas como no placenteras, y el rol que juegan en la experiencia humana. Me atrevería a afirmar que la gran mayoría de las personas creen que lo mejor que nos puede pasar es la constante felicidad, el disfrute y el sentir placer, y que debemos evitar a toda costa el dolor.

Prácticas como la crioterapia (sumergirse en una piscina de hielo), los deportes exigentes en donde los músculos literalmente duelen durante el ejercicio o el gusto por comidas extremadamente picantes son algunos de esos casos que me causan curiosidad y que pretendo en esta columna entender desde el funcionamiento de nuestro cerebro o la necesidad biológica. Aclaro que no me refiero a sufrimiento patológico, sino a prácticas controladas que no ponen en riesgo nuestro bienestar y salud como las que ya mencioné.

El psicólogo Paul Bloom de la Universidad de Yale argumenta que el comportamiento, aunque paradójico, de buscar ciertos grados de dolor y de sufrimiento se debe a las siguientes razones:

  1. Búsqueda de nuestros propios límites de tolerancia, es decir, a través de esas prácticas que, aunque produzcan dolor, son una forma de ponernos a prueba y explorar qué tan lejos podemos llegar y cómo se siente la experiencia en el borde de nuestra capacidad.
  2. Búsqueda de contraste hedónico o el contraste con una experiencia placentera. Por ejemplo, cuando sentimos mucho frío, una ducha con agua caliente puede sentirse aún más placentera que si la tomamos en medio de una sensación de bochorno o calor. Necesitamos el contraste para valorar las sensaciones placenteras o inclusive, las situaciones de la vida que queremos favorecer.
  3. La exposición a escenarios desagradables o aterradores en un entorno seguro, como ver películas de terror nos permite prepararnos mentalmente para posibles situaciones difíciles en la vida real. Por ejemplo, los niños juegan imaginando situaciones “peligrosas” (ser perseguidos por un monstruo) como una forma de practicar habilidades útiles en un entorno sin riesgos (aunque el propósito sea perseguido de forma inconsciente)

Por otro lado, estas prácticas que mencionaba, que pueden causar cierto dolor (baños con hielo, deporte exigente, etc.), suelen requerir un esfuerzo y no son el camino más fácil para hacer las cosas. Esto también se debe a que evitamos el aburrimiento. En un estudio donde se les dio a las personas dos opciones: hacer una tarea que requería un poco de esfuerzo o simplemente sentarse y no hacer nada, descubrieron que las personas a menudo preferían el pequeño esfuerzo, ya que el no hacer nada se sentía sin sentido y sin propósito.

Las tareas que requieren esfuerzo no siempre son placenteras en el momento (como hacer ejercicio), pero sí generan un profundo sentido de significado y propósito (como el cuidado de la salud física, mental y emocional). Esta es la “paradoja del esfuerzo”, aunque evitamos el esfuerzo, hacer cosas difíciles nos proporciona orgullo, significado y satisfacción a largo plazo, algo que las actividades puramente placenteras no siempre ofrecen.

Con esto, no quiero insinuar que todo en la vida tiene que ser dolor, sufrimiento y esfuerzo constante. No estamos diseñados para estar expuestos por tiempos prolongados al estrés, esto puede ser contraproducente para nuestra salud y bienestar. Con esto, quería entender un poco más por qué está bien exigirnos hasta un punto de sentir ciertos niveles de inconformidad. Personalmente, esto me ha ayudado a reconciliarme con esas situaciones que no son placenteras inicialmente, pero que, haciendo un ejercicio de consciencia y de reflexión, encuentro absolutamente valiosas y las identifico como medios para un fin superior.

Esto aplica para esas situaciones un poco triviales como las de la comida picante o el ejercicio, pero también para otras como los conflictos con nuestros vínculos o problemas difíciles en nuestra vida. Creo que aquí también aplican esas razones de descubrir nuestro máximo potencial, valorar lo bueno que tenemos por medio del contraste y desplegar nuestra creatividad e imaginación para encontrar otras formas de hacer las cosas.

- Publicidad -

Más contenido similar

- Publicidad -

Más noticias

- Publicidad -