Marta Elena Vélez en La playa de los muertos

La galería La Balsa acoge por estos días la obra que está en nuestra portada y nos invita a mirar a Colombia con más profundidad.

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Marta Elena Vélez (Medellín, 1939) es una figura central del arte antioqueño y colombiano contemporáneo, activa en eventos artísticos de todos los niveles, con puntos de vista particulares e inquietantes.

La primera muestra de su obra se da en la exposición “Arte nuevo para Medellín”, en 1967, que tiene gran importancia para el desarrollo posterior del arte. En realidad, no puede afirmarse que se inicien allí las poéticas que rompen con las corrientes predominantes en la cultura nacional, porque para ese momento el Nadaísmo cumplía ya una década de creaciones y de controversias. 

Sin embargo,  la exposición de 1967 sí fue la antesala de las Bienales de Coltejer de los años siguientes; y, en el contexto de las artes plásticas, constituyó un manifiesto que, con una actitud de vanguardia beligerante, lanzaba un grito de guerra contra las tradiciones del arte regional. 

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Y en ese grupo de pioneros que rechazaban, entre otras cosas, el arte que definían como “señorero”, estaba Marta Elena Vélez, una señora de la alta sociedad antioqueña que buscaba su propio camino estético.

En 1972 participa en la III Bienal de Coltejer en la que recibe una mención de honor por un trabajo realizado con Juan Camilo Uribe. En los años siguientes participa activamente en el grupo de los “Once antioqueños”, así como en la llamada “Generación Urbana”, que definen una transformación profunda del arte. Y a diferencia de gran parte del arte regional anterior que tenía un carácter rural, estos artistas hacen de la ciudad el espacio y problema de su creación. 

Estos procesos desembocan en proyectos y eventos que cuentan siempre con la participación de Marta Elena Vélez. Entre ellos se destacan la carrera de Artes de la Universidad Nacional, en la cual es docente – o, como ella prefería decir, “guía en procesos de creación”- , el Museo de Arte Moderno y la IV Bienal de Arte, en 1981; y luego una constante presencia en exposiciones individuales y colectivas.

El trabajo de Marta Elena Vélez revela que la artista siempre ha sido consciente de que su camino no es una línea estilística, formal o conceptual definitiva, sino, más bien, como en el cuento de Borges, un jardín de senderos que se bifurcan. En efecto, su trabajo solo puede ser definido a partir de una perspectiva heterogénea de tema y soportes, que no solo se despliega en pinturas sino también en esculturas, ensamblajes, instalaciones y performances.

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Esa mirada polifacética la libera de los formalismos y limitaciones que muchas veces impusieron las vanguardias artísticas del siglo XX y, en concreto, le permite una apertura hacia una dimensión política que, en realidad, subyace siempre en su obra, aunque nunca de forma descarnada sino, más bien, cubierta de sentimiento y emoción lírica.

La playa de los muertos de Barú, de 1986, está planteada en un clima onírico. En efecto, aunque podemos reconocer todos los elementos representados – el mar, el cielo, los árboles, el personaje a caballo y hasta la iguana camuflada en primer plano -,  las pinceladas generan una especie de estallido de color que nos saca de las apariencias de las cosas y nos lleva a otro contexto. 

El título, que es parte esencial de la obra, nos traslada del sueño a la realidad, a un lugar efectivamente existente. La obra es una elegía por los aborígenes que habitaban la isla, muertos en la conquista, y por los africanos esclavizados que lograban huir de sus amos, se refugiaban en palenques en este territorio y allí eran perseguidos y asesinados.

Marta Elena Vélez afirma que, muchas veces, la realidad se nos vuelve “paisaje”. Como esta playa que ella encontró un día entre sus fotografías de vacaciones. Pero la soledad y el silencio le permiten ir más hondo y descubrir que, sin olvidar la belleza del lugar, la historia aporta un sentido trascendental, trágico y doloroso. Así, La playa de los muertos de Barú se constituye en una imagen a la vez dulce y amarga de este país maravilloso que es Colombia.

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