María Villa, artista joven

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Con la obra de María Villa en nuestra portada, iniciamos nuestro homenaje a los 70 años de la BPP.

Nunca ha sido fácil que los artistas emergentes encuentren un lugar para exponer sus obras. Es un hecho constante que responde a problemas considerados esenciales dentro del sistema del arte, como las ideas de calidad, coherencia, permanencia, renovación permanente. En consecuencia, y de manera paradójica, parece que el artista tiene que darse a conocer y afirmarse antes de poder encontrar espacios de exposición en galerías y museos.

Carlos Arturo Fernández
Por: Carlos Arturo Fernández

Sin embargo, las artes contemporáneas abrieron el campo a propuestas experimentales, efímeras e incluso accidentales, alejadas de las certezas exigidas por las ideas académicas tradicionales. Y, aunque no resulta lo más habitual, también aparecieron espacios que decidieron correr el riesgo de exponer la obra de artistas que se iniciaban o que, por algún motivo, eran desconocidos o estaban al margen de los circuitos habituales.

Hace 50 años, al calor de la renovación que a nivel nacional empezaron a producir las Bienales de Coltejer, la Biblioteca Pública Piloto, sin perder de vista a los artistas consagrados, abrió su Sala de Exposiciones a artistas nuevos o desconocidos que, a partir de allí, empezaron a crearse un espacio propio en el arte colombiano. Dentro de esas exposiciones “insólitas” cabe recordar que en 1975 la Piloto realizó una muestra de Débora Arango, una artista que había quedado en el ostracismo desde mediados de los 40; esa muestra marcó el inicio del reconocimiento de Débora Arango como una de las cimas del arte del siglo XX en Colombia.

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También el conocimiento (y reconocimiento) de María Villa se debe fundamentalmente a la BPP. No era fácil abrirle las puertas a una mujer de 70 años, nacida en 1909, de origen humilde, autodidacta, entusiasmada por la pintura al ver el trabajo artístico de su marido Federico Vargas, 32 años menor que ella; una mujer que, según decía ella misma, pintaba “mamarrachos” que escondía bajo el colchón. Cuando su marido descubre esas obras y percibe su importancia, la Piloto les abre su espacio y, entre 1978 y 1985, acoge 4 muestras de María Villa.

María Villa no tuvo una formación académica regular, pero eso no significa que fuera una pintora ingenua ni mucho menos “primitivista”, como a veces se afirma. Este retrato sobre fondo azul hace patente una sensibilidad e intuición muy compleja que se manifiesta en el contraste violento de los colores, en la pincelada dura y marcada, en la aproximación al rostro que se deforma para acentuar los ojos desmesuradamente abiertos que, en definitiva, atrapan nuestra propia mirada y nos transmiten la sensación de una personalidad viva. Aquí no hay espacio para la ingenuidad, porque eso sería como decir que el efecto que produce la obra es resultado de la casualidad de la mezcla de formas y colores.

Pero que no sea ingenua no significa tampoco que se pretenda afirmar que es una artista intelectual; María Villa es una artista expresiva, que nos obliga a detenernos frente a su obra y a compartir la vida que en ella se crea. Y lo logra justamente por la manera como la realiza; si estuviéramos frente a un retrato académico de colores armoniosos, pinceladas suaves y rasgos idealizados, el efecto sería muy distinto. Una emoción expresiva que nos obliga a pensar que María Villa fue siempre una pintora joven y nueva.

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