Maremagnum

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A Woody Allen le citan en internet la siguiente frase: “La eternidad se hace larga, sobre todo al final”. Si efectivamente es de él, podríamos pensar que sea cierto. Si la frase no es de él, aún podemos sentirla real, sobre todo luego de meses de encierro y desesperanza creciente devenidos de una realidad que el cine, curiosamente, nos sugirió hace nueve años (Cotagion, Steven Soderbergh), por solo poner un ejemplo o situación. 

 El tiempo transcurrido desde marzo ha sido inclemente con muchos, injusto con otros y mezquino con los que sobran. Más parece que ha transcurrido un año a cinco meses. Sin duda, eternidad es una palabra en la que cada vez se piensa más, un término que hemos comenzado a resignificar, a considerar más potente de lo que creíamos, a temer.  

Hemos sufrido la inclemencia de una obligación lejana a lo humano: el encierro, que nos ha condenado la cercanía más compleja, la que nos remite a nosotros mismos, aquella que evitamos en la realidad enajenante, en la realidad externa, en la realidad antigua. Ya no estamos solos nunca más, no del todo. 

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Muchas cosas han pasado durante el tiempo de reclusión mundial. El planeta ha convulsionado este año de formas que retan a las ficciones, a las historias y las narraciones de hombre y mujeres avezados, de escritores y escritoras dedicadas, de cineastas atrevidos y guionistas intrépidos. ¿Veremos el 2020 en un sinfín de películas taquilleras en los años por venir? No quepa duda de eso. 

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Es una certeza que la imaginación creativa futura va a brindarnos cientos o miles de películas sobre estos aciagos días. Tendremos obras taquilleras y espectaculares, para vender crispetas y gaseosas en cantidad; tendremos cintas sensibleras, que busquen conmover a quienes las vean; tendremos reflexiones sobre la humanidad, el ser y nuestra forma de habitar el mundo; tendremos algunos desaciertos y quizá alguna obra maestra.  

No obstante, mientras llegan tales días, seguiremos en el encierro casi absoluto. Ante eso, por supuesto, el cine se convierte en una vía de escape para un par de horas diarias. No es extraño entonces leer recomendaciones en los medios y las redes sociales sobre qué películas ver. Hay títulos pomposos: “Las 100 mejores películas para ver en cuarentena”, “Películas para disfrutar en familia en estos tiempos”, “Películas para reflexionar en cuarentena”, etc. 

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 Encontrarán tantos títulos como deseen buscar y, con ellos, un maremagnum de películas recomendadas para distintos objetivos en esta temporada de prisión que vivimos: reflexionar, compartir, reír, asustarse, encontrar fortaleza, hallar respuestas a preguntas por la vida, indagar por la condición misma de la humanidad deshumanizada actual. Usted, quien lee, escoge qué puede ver.  

En ese sentido, frente a lo que sucede, el cine se ofrece nuevamente como una salida, una vía ya no solo para entretener sino un mecanismo para brindar sosiego, compañía y confrontarnos incluso sobre lo que pasa, sobre lo que pueda pasar luego.  

 Ante eso, desde Cinemática solo podemos hacer lo que consideramos necesario: alentarlos a ver una película, invitarlos a que se resguarden en este arte inmenso, a que se sumerjan en la felicidad de ver en la pantalla una historia que exalte sus ánimos, que les proteja incluso de la tensión involuntaria que se sucede frente a la incertidumbre. 

Alguna vez (según internet), Kubrick dijo que “Siempre he disfrutado de hacer frente a una situación un poco surrealista y presentarla de manera realista”. Hoy vivimos quizá el momento más surrealista de los últimos 80 años, hoy vivimos sin duda una realidad que no podemos o queremos creer. Así que hagámosle frente, cuidémonos y cuidemos a los otros, aguardemos a que pase lo peor, que pasará. Mientras tanto, prenda el televisor y resguárdese en el poder de una buena película.  

Por Juan Pablo Pineda Arteaga 

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