Investigadores de Eafit y el CES aseguran que la ludopatía es un problema de salud pública. Ni Colombia ni Medellín tienen cifras claras sobre esta problemática que, se cree, afecta al 5% de la población nacional.
Rodrigo L. (nombre cambiado a petición de la fuente) lleva 17 meses asistiendo a las reuniones de Jugadores Anónimos. Son 17 meses versus 12 años de juego. “En los casinos, estaba siempre buscando la máquina que me iba a dar plata”, cuenta. Es taxista y en ese tiempo perdió tres carros de cuenta del juego. “Y la vida en familia se estaba haciendo difícil”.
Yaromir Muñoz, sicólogo e investigador de la Universidad Eafit, explica que la ludopatía es un trastorno del comportamiento por el que el individuo experimenta una necesidad incontrolable de jugar. Fue reconocida como una enfermedad de salud mental en 1980 cuando la Sociedad Americana de Psicología (APA) la incluye por primera vez como trastorno en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en su tercera edición (DSM-III).
Para Luz Ángela Rojas, investigadora del CES, el gran problema de la ludopatía está relacionado con que se trata de una adicción en la que no hay una sustancia de por medio, “por eso no es tan evidente”.
De hecho, muchas personas adictas al juego no se autorreconocen como tales, pues la problemática tiene todas las características para pasar desapercibida. “En nuestra cultura, el juego tiene una aceptación social”, explica la doctora Rojas. Así, la sanción moral para quien pasa tiempo en un casino es casi inexistente. Otra de las cosas que “normaliza” esta conducta en Medellín es la cultura, pues el azar ha sido parte fundamental de la idiosincrasia paisa.
Rodrigo no se había dado cuenta de lo que estaba pasando hasta que tocó fondo y las deudas lo llevaron a un laberinto en el que la salida se veía distante. Buscó ayuda en el grupo de apoyo y en este tiempo ha tenido tres recaídas. Sin embargo, dice, “todos los días es una constante lucha”.
Según estadísticas de Coljuegos, el departamento de Antioquia tiene 472 casinos legales, 14.823 máquinas electrónicas tragamonedas autorizadas, 108 mesas de juegos de azar y 2.000 sillas del juego de bingo. Y a eso se le debe sumar un número sin calcular de máquinas y juegos ilegales.
Una búsqueda en Google arroja que en El Poblado existen 12 casinos, ocho de ellos ubicados sobre la avenida El Poblado entre Sandiego y La Aguacatala. Adentro, el tiempo no pasa, la luz solar no existe y quienes juegan tienen bebidas y comida gratis con tal de que gasten. Un espacio propicio para la adicción.
Sin datos
Se estima que en países desarrollados existe una prevalencia del 5%. En Colombia no hay datos oficiales que registren el número de adictos al juego. Sin embargo, según una investigación del doctor Mauricio Bahamón publicada en la revista de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, “en 2006, 60% de las personas de estrato dos; 63%, del tres; 56%, del cuatro; y 28%, del seis eran jugadores; y 61% de la población colombiana gastaba parte de sus ingresos mensuales en un juego de suerte y azar”.
Según cifras de la Federación Colombiana de Empresarios y Juegos de Azar, Fecoljuegos, el sector registró ventas por $15,8 billones en 2017. Datos de la misma entidad dicen que un colombiano juega en promedio 107 dólares al año, sin embargo, la cifra dista de la realidad, pues toma en cuenta la totalidad de la población del país.
Coljuegos realizó una encuesta voluntaria para conocer los programas de juego responsable de los operadores del país. Según el balance de la entidad, la encuesta se envió a 551 operadores, de los que solo respondió el 30%. Aunque el 87% de ellos conoce sobre juego responsable, el 53% no cuenta con políticas de responsabilidad empresarial que se preocupen por prevenir, detectar o ayudar en temas de ludopatía. Por otro lado, entre quienes tienen algún tipo de política, el 54% la enfoca en temas de entretenimiento y diversión y solo el 21 lo hace en temas de prevención de adicciones y ludopatía.
Salud pública
Para los doctores Rojas y Muñoz, la ludopatía en Colombia es un problema de salud pública que, en palabras del investigador de la Universidad Eafit, “está por explotar”. A pesar de ello, Muñoz hace énfasis en que muy pocas personas reciben tratamiento y ayuda sicológica y quienes lo hacen, lo reciben de forma anónima, lo que impide cuantificar la problemática. Para Rojas, lo más grave de esto es que “no nos estamos dando cuenta de lo grave que puede llegar a ser la situación”.
De hecho, en la realización de este texto varias personas consultadas dijeron conocer a alguien adicto al juego, pero, a la hora de pedirles compartir su historia, el silencio fue la respuesta. “Es una adicción vergonzante y eso también dificulta la realización de estudios que permitan entender mejor esta enfermedad”, explica Luz María Rojas.
Rodrigo lucha día a día por no recaer. Dice que entiende que es una mejor persona y que su reto diario es ganar un día más de vida. Muñoz explica que el ludópata ve en el juego una gratificación, un desafío: “si pierden, siempre querrán jugar una vez más para demostrar que tienen el control”, explica, “y aunque pierdan, ven la derrota como algo positivo porque siempre creen que lo perdido podrá recuperarse”.
Para los expertos, el país está en deuda en la formulación de políticas públicas que permitan dimensionar el problema y que faciliten la creación de campañas preventivas. “Llevo 17 meses sin jugar”, dice Rodrigo, “pero el riesgo es igual para todos. Todos estamos a un minuto de hacer la primera apuesta y de, tal vez, nunca dejar de hacerlo”.