Los sesgos cognitivos al servicio de los carritos de compra online

¿Es posible acercarnos a un consumo más consciente a través del entendimiento de nuestra mente?

En los últimos años, se han venido posicionando con fuerza las plataformas de comercio electrónico de ultra bajo costo, transformando la experiencia de compra en algo más que una simple transacción. Inclusive, para muchas personas se ha convertido en una especie de pasatiempo en el que se encuentran “tesoros” a precios inimaginables, logrando mantenerlas pegadas a la pantalla, añadiendo artículos a un carrito que parece no tener fin.

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¿Cómo logran estas plataformas activar ese impulso de compra casi irresistible? La respuesta se encuentra en una cuidadosa aplicación de principios de las ciencias del comportamiento, en el que se aprovechan nuestros atajos mentales, o los también llamados sesgos cognitivos.

Uno de ellos es el sesgo de la escasez, en el que se activa en nuestro cerebro un miedo a perdernos de una gran oportunidad. En estas plataformas, mensajes como “ofertas flash” o productos con un stock limitado, crean una sensación de que, si no se compra inmediatamente, algo muy bueno podría perderse. Es una escasez fabricada que empuja a la acción.

Otro sesgo aprovechado es el de anclaje, en el que nuestro cerebro toma una referencia para tomar una decisión de forma rápida. En estas plataformas se muestra un precio original muy alto, tachado, junto a un precio de venta “absurdamente” bajo. Aunque el precio original pueda ser irreal, nuestra mente lo usa como referencia, haciendo que el precio final parezca una ganga increíble, aumentando la percepción de valor y la satisfacción con la compra. “¡Cuánto me estoy ahorrando comprando esto!”, es la narrativa interna que se genera.

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Otro sesgo que emerge en este juego es el del “efecto rebaño”,ya que se asume que si muchas personas hacen algo debe ser lo correcto o lo deseable. En estas plataformas se activa cuando se muestran mensajes como: “Más de 5000 vendidos”, “4.8 estrellas de 10.000 reseñas”,  lo que da confianza en que el producto es bueno y que estamos tomando una buena decisión.

Otra estrategia que funciona muy bien con el funcionamiento de nuestro cerebro es la ludificación. Los “créditos gratis” al invitar amigos, los descuentos sorpresa al llegar a cierto monto en el carrito o los regalos “aleatorios” crean una experiencia lúdica (como de juego). La promesa de una recompensa inesperada nos mantiene navegando y agregando más ítems, como si fuera un juego de azar en el que cada clic podría traernos un “premio”.

Posiblemente, por este tipo de plataformas muchas personas han logrado obtener productos a bajo costo que de otra manera pudiera ser mucho más difícil. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar sobre las implicaciones más amplias de este tipo de consumo, la decisión de compra pudiera cambiar. Como, por ejemplo, analizar el costo real de lo “barato”. Los precios extremadamente bajos a menudo se logran a expensas de la calidad del producto, las condiciones laborales de quienes participan en la fabricación o los estándares ambientales. Un producto muy económico podría tener una vida útil corta, lo que nos lleva a comprar más a menudo, generando un ciclo de consumo constante.

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Otra implicación no tan evidente, puede ser la salud mental. La adicción a la compra online, la constante exposición a ofertas y la gratificación instantánea pueden generar ansiedad, expectativas poco realistas y una búsqueda incesante de “la próxima oferta” que nunca nos satisface plenamente.

Y, por último, y no menos importante, el consumo masivo de productos importados puede afectar la economía local y la producción artesanal.

Sin estigmatizar el uso de este tipo de opciones, podemos cuestionarnos y pensar dos veces si realmente lo que queremos obtener es algo necesario, si es posible encontrar una opción local para apoyar emprendimientos de la ciudad o del país y si es algo que valdrá la pena adquirir con todas sus implicaciones individuales, sociales y ambientales.

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