Los ritmos de la vida en Maripaz Jaramillo

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María de la Paz Jaramillo (Manizales, 1948) es una de las figuras más vanguardistas de la generación artística que irrumpe en Colombia en los años 70. En efecto, en 1974, Maripaz Jaramillo, como se la conoce casi siempre, gana el primer premio de grabado en el Salón Nacional de Artistas con un aguafuerte titulado La señora Macbeth. Antes había estudiado en Londres, la ciudad culturalmente más intensa y revolucionaria de la época; y ahora venía de trabajar con Luis Caballero y Umberto Giangrandi y de cursar la carrera de Arte en la Universidad de Los Andes, donde se habían formado muchos de los jóvenes artistas que en esos tiempos intuyeron que se habían bombardeado los caminos de las vanguardias y que, a partir de allí, era posible seguir las más diversas direcciones.

Las obras que entonces presenta Maripaz Jaramillo se centran en el tema de la mujer: es una mujer que pinta mujeres, se dijo muchas veces. El tema resultaba escandaloso porque eran imágenes de toda clase de mujeres en las cuales se imponía la expresión del sentimiento, la sensualidad y la pasión. Pero, sobre todo, eran escandalosas las formas de estos trabajos. Y bien puede afirmarse que, a pesar de las transformaciones de los temas a lo largo de las décadas siguientes, la obra de Maripaz Jaramillo conserva su marca de identidad en esas formas escandalosas.

En realidad, la artista rompió con las ideas del dibujo y de la pintura formales y se lanzó a una explosión de colores contrastantes y estridentes, aplicados de manera burda pero intensa, en superficies planas de bordes imprecisos, sin juegos de difuminados volumétricos; creaba figuras deformadas y hasta grotescas, de gusto kitsch, sin preocupaciones de anatomía ni de respeto a las proporciones, cargadas de humor o de ironía, con una violenta carga expresiva.

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Y cuando se habla de expresividad o de expresionismo es fácil deslizarse de inmediato a la idea de un arte de protesta y de crítica social, como efectivamente ocurrió ya a comienzos del siglo XX y se volvía a plantear en Colombia en los años 70. Sin embargo, como se dijo, ya no hay caminos fijos, y Maripaz Jaramillo se embarca en la búsqueda de la vida: sus mujeres trabajan, gozan, lloran y sufren, aman con pasión y, en síntesis, simplemente existen.

Y, de la misma manera que en sus mujeres se impone la vida, también lo hace en el trabajo de Maripaz Jaramillo. No son las tradiciones teóricas y académicas las que definen la obra, sino que es la existencia de esta la que determina los procesos en los cuales interactúan la pintura, la fotografía y las diversas técnicas del grabado y las artes gráficas.

Reggae, de 1995, es una serigrafía que se expone en la Galería Carlos Orozco dentro de la muestra “Miradas grabadas: entre la tradición y la vanguardia”, curada por Camila Téllez. La exposición presenta más de 50 trabajos, la mayor parte de ellos obra de artistas colombianos, que tratan los más diversos temas y quieren hacer patente la riqueza de posibilidades que ofrecen los medios gráficos.

Reggae pertenece a un gran conjunto de obras en las cuales Maripaz Jaramillo da rienda suelta a las vibraciones de las músicas populares, especialmente de la salsa y de los ritmos caribeños, que, según afirma, transforman sus colores. Es una especie de nueva liberación. En realidad, no se trata de ilustrar un acontecimiento sino de abrirse al desarrollo de otras fuerzas vitales como el baile, la alegría, la sensualidad de las parejas y la fiesta.

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Porque es claro que en Reggae no encontramos una escena sino una acumulación de sensaciones. Por eso, teniendo el mar de fondo, las figuras se acumulan y entrecruzan ocupando un mismo espacio en el cual se invierten las proporciones tradicionales. Así, al contrario de lo que esperamos, los personajes de la parte alta de la obra que, lógicamente, serían los más lejanos, resultan más grandes; y todos decrecen hasta llegar al primer plano, el más cercano a nosotros.

El resultado, como en toda la obra de Maripaz Jaramillo, es que el ritmo, el calor y los colores del trópico nos invaden y nos hacen vivir un aspecto esencial de nuestra identidad cultural.

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