A los medios de comunicación les cabe una gran responsabilidad en la réplica de las noticias falsas, y, por ende, en la polarización que invade al mundo entero.
El mecanismo es el siguiente: unos personajes más o menos influyentes y con buenas conexiones, pero, ante todo, con enormes deseos de desprestigiar a un rival, hacen llegar un rumor o indicio de una “noticia” a un medio de comunicación seleccionado de antemano.
No necesita ser muy sólida ni coherente la noticia. Lo fundamental es que nadie pueda comprobar fácilmente si es verdad o mentira. Y que tenga algún picante, cierto aroma de escándalo. El medio, entonces, la lanza al viento por cualquier red social, y se espera un corto tiempo a que algún otro medio -por cierto, del mismo bando de los personajes- la registre.
Puede ser un periódico digital, un noticiero, incluso un tweet o una publicación en Facebook. No importa: ya quedó sembrada la “noticia”. En pocas horas ya es tendencia en todo el país. Y a veces, más allá.
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Los medios serios, y obviamente los del bando rival, se abstienen al principio de siquiera mencionar lo que a todas luces es un bulo. Pero, al final del día, viendo que por todas partes se comenta el tema, la mayoría termina rompiendo su silencio inicial.
No lo hacen para dar crédito a la noticia original, sino, muy seguramente, para desmentirla.
Pero ya la noticia no es la noticia mentirosa, propiamente dicha. La noticia ya es que todos están hablando de eso, y ¿cómo no registrarla o fijar posición?
Digan lo que digan los medios serios o rivales, ya el daño está hecho. Que un medio muy serio tenga que ponerse a comentarla, incluso a negarla con todas las evidencias, de alguna manera la valida ante mucha gente.
En días recientes, por ejemplo, apareció una bizarra historia en contra de Joe Biden y su familia. El New York Times, CNN y MSNBC afirmaron y demostraron que era -obviamente- una mentira descarada. Solo que para un porcentaje muy alto de americanos eso era justo lo que les faltaba para “comprobar” que sí era cierto.
Tras dos o tres días de escándalo baja la marea, pues ya nadie -salvo los más extremos- desea seguir ruñendo ese hueso. No importa, pronto vendrá otro, y otro más, y así nos vamos yendo. Pero, claro, en el aire quedaron las dudas -o “certezas”- sobre la víctima del bulo, que lo perseguirán por siempre.
Así, con la participación de los medios, con frecuencia involuntaria, se fortalecen los estereotipos y se va llegando a la polarización extrema que hoy nos caracteriza. En Colombia, en USA y en muchos países.
Estamos cultural -y quizá, biológicamente- predispuestos, gracias al profundo e inapelable sesgo de confirmación que nos caracteriza, a creer todo lo malo que se diga sobre algún rival político. Y a ni siquiera darnos por enterados si se dice algo positivo. Y viceversa.
La mala noticia, y no es un bulo, es que el futuro solo parece ofrecernos más polarización…
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