Es fácil acusar cuando se juzga a los otros. Es fácil aferrarnos a una verdad parcial y desde allí degradar al que piensa diferente. Es fácil mentirle al mundo y mentirnos a nosotros.
Por supuesto que es más fácil apagar la razón y el corazón y seguir ciegamente los rumbos que marca otra persona, permitir que manipule nuestros miedos, que encienda nuestras pasiones, hacer eco sin pensar si hay justicia en lo que dice.
Es fácil tragar entero lo que dicen los medios al servicio de don Dinero, permitir que nos adormezcan en la autocomplacencia, en la idea de que los malos son otros. La sangre es escandalosa. Es fácil reaccionar contra el crimen violento e inmediato, contra la actitud perturbadora de rutinas. Lo difícil es notar el crimen a gran escala: los despojos, las muertes –por hambre, por mala atención médica– que producen los que se roban lo que es de todos. Lo difícil es notar lo rentable que resulta para ellos la ignorancia.
Es fácil unirse a caravanas triunfales y alentar la fantasía de que somos los que ganan, los que se imponen. Lo difícil es notar que ese dominio se alimenta con nuestra debilidad.
Es fácil compartir la opinión del que nos envanece con lisonjas. Es fácil que cada uno se considere inteligente, de buenos sentimientos. “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Es fácil señalar, acusar, dictaminar, cuando se juzga a los otros. Es fácil aferrarnos a una verdad parcial y desde allí degradar al que piensa diferente. Es fácil mentirle al mundo y mentirnos a nosotros.
Pero es difícil admitir nuestros errores y prejuicios, los motivos mezquinos, las dimensiones de nuestra ignorancia, nuestra perversidad. Es difícil pensar por uno mismo: la verdad duele y el pensamiento busca la verdad. Es difícil distinguir el bien y el mal. El que quiera asumir por su cuenta esa tarea necesita en su equipaje una buena brújula moral.
Toda verdad personal es una verdad a medias. La aterradora maravilla de este mundo es que cada uno tiene un trozo de verdad. Pero esa verdad es incompleta, peligrosa si la creemos absoluta, si ignoramos los matices, si no reconocemos la verdad que hay en el otro. El diablo está en los detalles y caemos en sus redes si no los advertimos.
Si defiendo los derechos de los animales y no defiendo los del hombre (el animal más enfermo de todos) contamino mi verdad con hipocresía. Si juzgo a quien “no está de acuerdo con el aborto” (eso leí hace poco), olvido que el aborto es la excepción, una decisión trágica, no una elección de vestido. Si elogio la fuerza de un hombre enamorado de la guerra, ignoro que ese hombre es el que más miedo tiene. Si juzgo o ignoro al que protesta contra las injusticias, me pongo del lado de quien comete las injusticias.