Los alimentos, fuera de darnos nutrientes, lo que, por supuesto, es muy importante, han sido un medio de placer, e incluso el ser humano se ha servido de ellos para comunicarse. A veces no somos conscientes de la carga comunicativa que ellos poseen. Que yo sepa, esta capacidad que tienen los alimentos de comunicar estados de ánimo y signar momentos fue advertida por los primeros estudios de la conducta alimentaria.
Los ejemplos de lo que quiero decir saltan a la vista. En nuestro contexto, porque esto es muy importante, la expresión tomémonos un tinto es un llamado a la conversación, a tomarnos un aire en la jornada de trabajo o, simplemente, un motivo para buscar un momento de inspiración o solicitar una opinión; de allí que no aceptar un tintico sea casi un agravio y muy mal visto; el llamado exige un sí rotundo. Quienes nos visitan y llegan a conocernos entenderán casi de inmediato la expresión. A estos alimentos podríamos llamarlos socializadores, entre los que podrían estar además las empanadas, las vaticanas y la cerveza.
Hay otras preparaciones que sirven para marcar épocas, como la natilla y, hace menos de 20 años, los buñuelos, cuando éstos únicamente se hacían en diciembre. Que recuerde, natillas y buñuelos, antes de que llegaran los desechables, eran repartidos en los platos de las vajillas de las familias antioqueñas. Era una danza que daba gusto ver: la romería de niños que llevaban de casa en casa el delicado encargo. Ahora que lo pienso, creo que esta era la manera como antes les recordábamos a los vecinos lo mucho que los queríamos y apreciamos; una costumbre que espero recuperemos, justo ahora, en víspera de navidad.