“Tita Maya y Marta Agudelo me ayudaron a abrir muchas puertas y a crecer en lo que estoy y como soy”
Trabaja desde hace 32 años en dos actividades que conjugan dos de sus grandes pasiones: los niños y la música. Y nada mejor que poderlo hacer en un par de instituciones que se dedican exactamente a lo mismo. El Colegio de Música y la Corporación Cantoalegre, ubicadas en el barrio Lalinde de El Poblado, en Medellín.
Esta “afortunada” mujer se llama Ligia Pérez, se mueve por la quinta planta de la vida, y es la coordinadora pedagógica y artística para primera infancia, en ambas entidades. Entre sus funciones están ser profesora de música de niños de seis meses a seis años, y de sus papás, abuelos o nanas, quienes los acompañan a las clases; y ser formadora de formadores encaminados a primera infancia.
Además, toca guitarra y canta; tiene, con su hija Susy, una empresa de eventos, que le ocupa buena parte de su otro tiempo; aunque lo hace eventualmente, ya se cansó de ser el centro de la fiesta, cantando y tocando guitarra; y acaba de terminar la dirección y grabación del concierto de Navidad de Cantoalegre, que es toda una tradición de la casa, y que se verá virtualmente desde el Teatro Metropolitano a todo el mundo.
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Primero fue la música…
Ligia está en esto de la música desde muy pequeña. Cuenta que tiene una vena musical que le viene de familia. Su bisabuela paterna y su abuela materna fueron buenas coristas en sus tiempos. Y casi todos sus tíos y primos “son muy afinados”, y cantan… pero en las fiestas. Nadie de la familia se dedicó a la música de manera tan formal, como ella.
Nació en la década de los 70, y fue la menor de ocho hermanos. Estudió en el colegio de María Auxiliadora donde sor Aura Correa fue su profesora de canto. Ligia la recuerda con especial gratitud y cariño porque fue quien la inició en la música. Un día le dijo a su mamá que a la niña había que ponerla a tocar un instrumento, y que cantaba muy bien. Así fue como empezó con su guitarra, a los seis años, con clases particulares. “Pero lo que tocaba era música vieja, boleros, Garzón y Collazos, el Trío América…”
En su época de estudiante, casi siempre ganaba el primer puesto en los festivales de canto que hacían en los colegios. Recuerda su participación en un festival de música colombiana, en el Colegio de San Ignacio. Ella estaba en cuarto de primaria, tendría unos 9 o 10 años. El premio era una Enciclopedia Bruguera de 60 tomos, para el colegio… “Te estoy hablando de hace 45 años o algo así. Y yo llegué a San Ignacio con las monjitas del colegio; y las estudiantes más masitas, que me acompañaban… ¡Y gané…! ¡Ah, y $1.000…! en esa época eso era un mundo de plata”.
A los 13 años participó en el festival nacional Antioquia le canta a Colombia, y después de varias semifinales, ella y su guitarra, llegaron a la final. Compitiendo con dúos, tríos y solistas que tenían más años, que llevaban más años tocando y cantando, con más instrumentos y más sofisticados… Pero cuando le tocó el turno… se le olvidó la canción. El locutor le decía: “vuelva y empiece, empiece de nuevo la canción, usted se va a ganar esto…” pero Ligia se quedó en blanco, y no dio ni una nota. Fue descalificada. “¿Por qué me corché? Yo creo que porque me enseñaron una canción dos días antes, y no estaba muy segura”.
Cuando Ligia se pone a analizar todo eso que ha vivido, considera demasiado grande lo que hizo, por ejemplo, a los 13 años, “y con una mamá sin ninguna experiencia”, que lo único que hacía era acompañarla a todos los festivales, y sentarse a oírla. Claro que después disfrutaba con los triunfos de su hija.
Sin embargo, para Ligia esta fue una experiencia que le dejó muchos aprendizajes. Entre otros, que tiempo después le ayudó a entender la decisión que había tomado de no ser cantante profesional.
Pero como sabía cantar y además se acompañaba de su guitarra, Ligia era la joyita que todo su entorno quería lucir en sus fiestas. “Porque me cogieron chiquita, y eso era, nos vamos para la fiesta, nos vamos, coja la guitarra… ¡y mí me daba mucha pereza! Pero como yo era como el carriel de mi mamá y a todas partes iba con ella, fueron muchas las fiestas a las que tuve que ir”. Esa situación duró hasta los 17 o 18 años… Ya, cuando tuvo más carácter y seguridad en sí misma, aprendió a decir que ella iba a la fiesta, pero sin la guitarra. A la gente, obvio, eso no le gustó, “y hasta la mitad de la fiesta echaban cantaleta”. Pero dice que tanto ella como los amigos y familiares aprendieron a prescindir de ellas, y a animarse cantando con los discos. Y cuando se convirtió en docente de música, la cantante y guitarrista se puso más dura. Como se pasaba cantando de lunes a viernes, lo menos que quería era seguir haciéndolo, también, los fines de semana. Sin embargo, de vez en cuando, empaca su guitarra y disfruta haciendo brillar las fiestas.
Si bien en su infancia y su juventud no tuvo tiempo ni espacio para ejercer como una niña o una jovencita de su tiempo, Ligia considera que lo está viviendo ahora, “ya viejita”, porque su enseñanza es lúdica y a través del juego. Es como si ahora estuviera jugando con las muñecas a las que nunca pudo peinar ni vestir.
“Yo no tengo vacíos, porque nunca es tarde para llenar las cosas, digo yo, por mi experiencia. Nunca es tarde, y lo disfruto… En este momento yo soy una adulta, pero me siento como de 15, y siempre lo irradio así”.
Y después vino la pedagogía infantil
“A mí me gustó toda la vida ser más y dar más a la gente, en el sentido de la pedagogía, la docencia… Entonces, ¿yo para qué me estaba preparando?”
Cuando llegó la hora de la universidad, Ligia pensaba estudiar Psicología, y especializarse en Psicología infantil. Pero como no llegó, decidió licenciarse en Educación pre-escolar, y se especializó en primera infancia. En la Universidad San Buenaventura.
Estando en primer semestre, Tita Maya, de Cantoalegre, que era su profesora de música y de expresión corporal, preguntó un día en clase si había alguien que supiera tocar guitarra o cantara. “Y yo levanté la mano…” Inmediatamente, Tita la invitó para que conociera el Colegio de Música, y mirara las clases de su mamá, Marta Montoya. “Al otro día llegué, y ni siquiera me tuve que sentar. Sino que de una, la mamá de Tita me puso a trabajar. Y yo he sido para las que sean, entonces, desde el primer minuto empecé como asistente de Marta”.
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El Colegio de Música, explica Ligia, “forma no solo futuros músicos, sino que sensibiliza a los niños y les permite desarrollar cualidades importantes para su educación integral”. Y Cantoalegre, “busca crear y producir música de calidad para acompañar a los niños a crecer felices; para ellos dispone de gran variedad de contenidos, proyectos y espectáculos”.
Pero los niños que pasan por el Colegio no necesariamente lo hacen pensando o queriendo ser artistas. Eso dependerá de muchos factores. Hay niños que solo se quedan unos meses; otros, unos años o se quedan toda la vida; y hay otros que no vuelven.
Y cuenta el caso de su hija Susy, que hoy tiene 29 años. Recibió clases de iniciación, estudió un instrumento y luego fue de Cantoalegre. “Y Cantoalegre le dio una experiencia y un aprendizaje grandísimos, que luego le han servido en el colegio, en la universidad, en la vida, para hacer un mundo de cosas… como mamá y como profesora, lo agradezco. Para mí ha sido una luz grandísima en mi vida”. Aparte de Susy, Ligia, separada, tiene otro hijo, Esteban, de 30 años, que vive independiente.
En concreto, Ligia es la profe de música de niños desde los seis meses hasta los seis años. Hasta los dos años, los peques entran a la clase con sus papás, sus abuelos o sus nanas. Mediante distintas estrategias y herramientas como canciones, rimas, onomatopeyas, se trabajan el lenguaje, el desarrollo motriz, el esquema corporal… que contribuyen al desarrollo de los dos hemisferios del cerebro. Muchos de sus pequeños y grandes alumnos recibieron clases virtuales durante casi todo este raro año 2020.
Una de las gratificaciones que más la emociona de su trabajo con los niños es ver que dan resultados muy importantes, que se ven día a día. La otra, es que muchos de sus alumnos de ahora son hijos de los primeros discípulos que tuvo, hace 32 años. “Es una cosa demasiado grande y demasiado hermosa”.
Volviendo a 32 años atrás, cuando Ligia empezó en el Colegio, no era la primera vez que trabajaba; lo hace desde los 14 años. “Yo llegaba del colegio y daba clases de guitarra; tenía alumnos que venían a mí casa o yo iba a las de ellos, eran dos o tres alumnitos, mis primos, hijas de las amigas de mi mamá…
Entre sus alumnos de aquellos años, hay uno que otro guitarrista destacado. Recuerda una exalumna que se encontró una vez en Eafit, y quien le dijo: “tú fuiste mi primera profesora de guitarra”. Ligia advierte que es más fácil que sus alumnos la recuerden a ella, que ella a sus alumnos. Cuando la trajo a su memoria, recordó que le había dado clases en su casa, en el barrio Malibú, y que hoy “es una súper guitarrista”.
Fue profesora de Iniciación musical en varios colegios de Medellín… “La música es vida. Y eso quiere decir que sensibiliza, que hace crecer, que va transversal a otras áreas como matemáticas, español, inglés; la música va con todo. Ayuda al desarrollo integral del niño, y es una herramienta que da mucha agilidad mental.”
Ese encuentro con esa chica en Eafit fue muy gratificantes para Ligia. Y como ese, todos, le han iluminado en la vida. “Yo veo a mis alumnas, que se acuerdan de mí y de mis clases, en los colegios donde he estado, me abrazan con el amor, con las ganas, con los recuerdos más gratos… Me encanta.”
Desde hace diez años es formadora de formadores en primera infancia, y la respuesta que ha obtenido “ha sido maravillosa”; porque son profesores que se han transformado y han cambiado la forma de acercarse a los niños, a través de todas las herramientas musicales. “Los formadores no tienen que ser músicos, pero deben llegar a los niños con mucha sensibilidad y mucha pedagogía, para que la aprendan a querer”.
En cuanto a los gustos musicales, Ligia creció escuchando todo tipo de géneros, “yo soy muy agradecida oyendo cualquier música”. Pone música vieja, y se acuerda de su papá, de su mamá y de sus tíos. Le gusta el pop de ahora, y muchas canciones y muchos cantantes. “Andrés Cepeda”, por ejemplo. También escucha música para relajarse, la que le permite meditar… “No tengo predilección por ningún tipo de música. Yo disfruto de la música haciendo un mundo de cosas”. Lo único que no le gusta mucho, mucho, es el reggaetón. Tampoco mucho, los vallenatos, solamente algunos de su época de sardina, cuando iba a las fiestas y bailaba con Orozco, El binomio de oro, y alguno más. “Uno que otro de esos son los que me gustan, pero no más”. Escucha, de pronto, electrónica, “pero dos o tres y ya”. No es negada a ningún tipo de música, y toda la respeta. “A los niños y a las familias hay que enseñarles a que los niños sepan escuchar otras cosas, a que les gusten otras músicas, más acordes con su momento, con su edad. Y eso lo aprenden”.
Colofón. Para terminar esta conversación, Ligia quiere enviar un mensaje a Marta Agudelo y a Tita Maya, ambas fallecidas. “Yo he aprendido de muchas cosas, pero tengo una gratitud muy grande por estas dos personas, por esta institución, por esta corporación, que me han ayudado a abrir muchas puertas y a crecer en lo que estoy y como soy. ¡¿Que viene desde mis entrañas lo que soy?! Sí, pero he desarrollado todo esto y sacado adelante lo que me he propuesto, a disfrutar de tanta felicidad, de haber estado en la docencia, como lo he estado…”.
Por: Emma Arcila E.
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