Tapas adentro de los libros leídos en Envigado aparecen historias de quijotes, escondidijos, nostalgias, y hasta de tesoros recuperados.
Hay quienes compran libros por metros, y los hay que hacen “guaquería” en los depósitos de segundas buscando inauditos tesoros impresos; y entre esos extremos surgen -aunque escasos- empecinados lectores.
Para atender tan variopinta demanda están disponibles en Envigado doña Ángela, doña Adriana y don Jaime, como adalides del cuento. Ambos conocen de memoria lo que guardan sus laberínticos negocios, cargados de montones de títulos de todos los tamaños y contenidos. Pasan sus días en recintos de paredes cubiertas por la hierba buena de los libros en libre crecimiento, y de espacios cicateros por idéntica razón.
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A El Ocio, el establecimiento de doña Ángela María Isaza Vélez, de la calle 33b con calle 43, llegaron el pasado 1 de diciembre dos damas jóvenes, preguntando por libros con carátulas muy bonitas y de menos de diez mil pesos. La experta les indagó por temas y autores, pero ellas sólo exigían esas dos condiciones. Finalmente negociaron 20 ejemplares de “cualquier cosa”, para decorar un estand.
No es la primera vez: “Cuando empecé con esto, hace unos 38 años, vendía libros por metros para engalanar hoteles”. Hace meses le compraron un paquete de ellos, de pasta dura y muy colorida, por cien mil pesos, con idéntico fin.
A su turno don Jaime Bedoya cuenta que se pasó años haciendo guaquería en los lotes de libros que compraba, buscando la primera edición de una monografía de Envigado de 1930. Hasta que halló el tesoro, que conserva en su casa para no correr el riesgo de perderlo…
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A doña Ángela la “contagió” su cuñado, Gonzalo Correa, ahora vendedor ambulante de libros leídos, cuando se cansó de lidiar con arrendamientos y trámites. Entonces ella tomó el caserón que hoy ocupa y en donde los más de treinta mil ejemplares que atesora están a punto de dejarla en la calle: ¡se tomaron la casa!
Libreros reeditados
Mientras, don Jaime debe la afición a su hermano mayor, Luis Iván, hoy consagrado poeta y prolífico autor. El mismo que de niño le calentaba el bolsillo a cambio de desempolvar los escaparates repletos de clásicos de la literatura. Fue contador y empleado público, pero finalmente se dedicó a su proyecto “Envigado Lector”. Desvelo que lo ha llevado a lanzarse como candidato repitente al Concejo local, con tal de posicionar su sueño de poner a todo el mundo a leer. Ese empeño lo tiene manejando un escuadrón de diez voluntarios, incluida su compañera Adriana Peláez, para atender los cinco puntos de libros leídos dispersos cerca al parque principal. En ellos amontona, calcula, unos cien mil ejemplares. Dice que cada día mueve alrededor de cien, entre compras, ventas e intercambio. Algo así como un millón de libros en veinticinco años de actividad.
Su homóloga en el negocio, doña Ángela, como buena paisa, convierte en mercado ese templo de textos leídos, de la mano de su hermano y una empleada: encuadernación, restauración de libros, canje, venta de discos (su esposo es coleccionista), y -en temporadas como la navideña- venta de faroles, juguetería, pesebres y hasta novenas al Niño Dios. Eso sí, las copias ilegales de libros, ¡a kilómetros de distancia! Ya vivió experiencia tenaz cuando le decomisaron 1.300 ejemplares. Desde entonces, ¡adiós piratas!
También en “Envigado Lector” les toca hacer milagros en los tiempos del COVID, para llegar a último minuto a pagar una cuenta de servicios públicos, por ejemplo. Pero el optimismo y el quijote interior que les da cuerda los mantiene sostenidos. Miran con optimismo el futuro, que implica fortalecer la fundación y gestionar apoyos económicos para robustecer espíritus lectores: sueñan con puntos temáticos regados por la ciudad para que el transeúnte desprevenido se tropiece y caiga entre sus títulos. Aseguran que hay mucho lector joven e inquieto, así que ¡vale la pena!
Ángela también se queja de dificultades. Rememora cuando hace unos treinta años vendía hasta ochenta Marías, pero ahora la tecnología y el encierro de estudiantes tras un computador casero tiraron al suelo el mercado de los textos escolares. Sin embargo, no faltan los turistas curiosos buscando a Pablo, y por contera se llevan la historia que de La Comuna Trece escribió el patrullero de la policía Yoni Alexander Rendón, hace unos doce años.
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Como ya relatamos, en El Ocio el riesgo es que los libros saquen a doña Ángela a la calle. A su colega Jaime ya se la aplicaron, en el local “Don Quijote.com”, en la calle 39 sur con carrera 40, diagonal a la Cámara de Comercio. Allí se instaló en 2005 luego de abandonar espacios en la plaza de mercado. Tanto proliferaron los impresos con todas sus letras, que lo pusieron de patitas en la acera, donde debió atender su clientela. Fue entonces, en 2015, cuando tomó un área mayor, tres cuadras más abajo, que nombró Libros y Café. Esa es ahora la catedral de la Fundación Envigado Lector, que también se quedó chica para tantos saberes tipográficos recuperados.
Un catálogo de anécdotas
Adriana -la administradora- es una enciclopedia de anécdotas. Evoca visitantes que lloran nostalgias al encontrarse con La Alegría de Leer o el Catecismo del padre Astete: hubo quien pidiera prestados textos similares para animar a una mamá en trance de despedida final. Habla del que atiende enfermos terminales de cáncer y en su día libre se sumerge pleno en la librería, para olvidar su difícil oficio. Y de la que se llevó lo que encontró, de contenido escolar y del mismo autor -justamente su padre- y que ella no conservaba. Esto nos narraba cuando se aparecieron doña Marina Restrepo y su esposo Nicanor Cárdenas, muy avanzados en su tercera edad, pero con la vitalidad suficiente para dedicar su primera salida, luego de nueve meses de encierro por la pandemia, a visitar Libros y Café: la emoción del reencuentro en los ojos y en los gestos, a cambio de los abrazos prohibidos.
Más tarde nos interrumpe una colaboradora para enseñarle a doña Adriana dos libros: “Sobre la naturaleza de los dioses” de Cicerón y “El tiro de gracia” de Marguerite Yourcenar. “Los encontré”, agrega regocijada. Porque hay visitantes que esconden estas joyas entre el berenjenal de impresos, para llevarlas cuando tengan con qué. Dizque el caso es frecuente; hay clientes tan frescos que entran pregonando “vengo a visitar mi escondite” …
En Libros y Café se las ingeniaron para abrir espacio a presentaciones culturales, ofrecer cursos de dibujo y pintura, o para degustar un café y algunos comestibles. La idea comenzó con un grupo de colegiales que se antojó de ofrecer allí su música. Reubicaron estanterías y acumularon enciclopedias que, debidamente protegidas, usaron como ilustrada tarima. Ante 130 invitados cantaron, tocaron y se mostraron felices con este iniciático e inusual contacto con los libros. No sobra advertir que los asistentes se abanicaban durante el concierto con las revistas que pululan en “la catedral”. Con tal de llegar al arisco lector, cualquier medio es válido, creen estos quijotes de lecturas revividas.