El pasado 6 de enero, falleció en Medellín, la pintora, profesora y crítica de arte, Libe de Zulategui y Mejía, una figura central en el arte colombiano y regional del último medio siglo, especialmente por su dedicación a la enseñanza. Una labor sobresaliente, que, en 2010, fue reconocida con el Premio a las Artes y las Letras, del departamento de Antioquia.
Libe de Zulategui nació en Medellín en 1944; hija de padre vasco – español, Luis Miguel de Zulategui, quien fue un muy destacado pianista, compositor, crítico y profesor de música. Y de madre antioqueña, Blanca Mejía. Don Luis fue uno de los intelectuales españoles que se exilaron entre nosotros tras el triunfo de Franco en la Guerra Civil. Desde niña recibe una sólida educación en la propia casa familiar, de la cual recordaba siempre la importancia de preguntar, de discutir y de leer.
Su formación artística se desarrolla en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, a partir de 1958, donde tiene profesores como Enrique Grau, Edgar Negret, Cecilia Porras y Eduardo Lemaitre. Pero, sobre todos, se destaca el francés Pierre Daguet quien ejerce una influencia determinante en Libe de Zulategui y sus compañeros quienes, desde muy jóvenes, constituyen el llamado Grupo de los 15, que marca la apertura del arte moderno en el Caribe colombiano.
De regreso a Medellín, inicia una actividad docente que se extiende durante toda su vida, vinculada primero al Instituto de Bellas Artes y más adelante a la Universidad CES, en clases de pintura y de historia del arte.
En los últimos años, especialmente en el contexto de la pandemia, se lanza también a llevar sus lecciones de historia y de crítica a la virtualidad, teniendo muy buena acogida. De forma paralela, publica textos de crítica en los medios impresos de la ciudad y durante varios años mantiene el programa Hablemos de Arte en la emisora cultural de la Cámara de Comercio.
La labor docente de Libe de Zulategui se despliega, sobre todo, en su propio taller por donde, a lo largo de los años, pasan centenares de personas, de todas las condiciones y de todas las edades, desde niños hasta adultos mayores, porque, como afirmaba, “el arte no tiene edad”.
Sus métodos de enseñanza se basan en las propias experiencias, en su formación y en su estudio personal. Insiste en que, más allá de dedicarse a conseguir un artista, el maestro debe incitar a su discípulo a ser un mejor ser humano en todos los sentidos; y, además, que no se trata de transmitir una técnica, sino de ayudar al estudiante para que aprenda a mirar, y luego, estar a su lado para que pueda encontrar sus propios caminos de expresión.
En contra de la educación tradicional que imponía modelos, la que ella acompañaba tenía resultados muy diversos. Baste señalar aquí, que alumnos suyos fueron artistas tan diferentes, como Romel Toro, Marta Lucía Villafañe, Carlos Arturo Díaz, Germán Londoño o Ricardo Cárdenas, para mencionar solo unos pocos.
Ritmo, de 1974, es una pintura al acrílico sobre lienzo, que tiene una significación particular, cuando se considera el trabajo de Libe de Zulategui porque se trata de la obra con la cual ella quiso estar presente en la colección del Museo de Antioquia, reuniendo su ascendencia vasca y su espíritu antioqueño.
El cuadro parece casi abstracto por el uso de grandes campos de color plano, la economía de las formas, el desarrollo del tema y el insólito punto de vista que escoge la artista. Elementos con los cuales, incluso más allá de la imagen de un acontecimiento puntual, pretende crear la sensación de dinamismo y equilibrio que indica el título. Desde arriba, como si se partiera de una fotografía de reporterismo deportivo, vemos la figura de un jugador de pelota vasca, con su vestimenta típica, que está a punto de golpear con la mano derecha la pelota que parece, más bien, un meteorito que en su velocidad iluminara el espacio.
En realidad, todo se sale de lo habitual en esta pintura. Sin embargo, Libe de Zulategui logra que todos los elementos funcionen de manera coherente como, en definitiva, busca siempre un artista.
Como lo reconoce en algunas de sus entrevistas, le había gustado pintar mucho más, pero la pasión por la enseñanza, que para ella era una auténtica fascinación, agotaba la mayor parte de su tiempo y de sus fuerzas. Este es un pobre reconocimiento a una gran maestra.