/ Esteban Carlos Mejía
¿Qué toma la gente mientras lee? Voy a contar o que he visto. Más o menos.
Toman tinto y fuman. Luego leen. Toman tinto y fuman. Luego leen. Y así, punto cadeneta punto. O meten una cuchara en un platillo de helado derretido y la baten con negligencia, como se trata a los examantes. También toman colas rojas, blancas, negras, amarillas, arcoiris, a pico de botella o con pitillo. Luego leen. Otros combinan el placer de la lectura con la euforia del alcohol, en tragos largos o cortos, on the rocks o a palo seco, en copas casi celestiales: vinos de todas las variedades, cervezas en lata, en vasos o en botellines. Algunos, con un libro de Haruki Murakami en mano, hasta son capaces de medírsele a unas copas de aguardiente. Toman guaro y tragan pasantes. Luego leen.
(Oh, los pasantes. Leen con pasantes, ¡yo los he visto con estos ojos que se comerán los gusanos o arderán en el horno crematorio! Pedacitos de coco, uchuvas, tajadas de mango, cascos de limón. Maníes, almendras y pistachos, esa inverosímil creación de los dioses, con su engorroso trámite, a falta de un buen cascanueces).
Toman té. Y luego leen. Toman té, frío, tibio, caliente, hirviente, sabores colosales, reminiscencias a lo Lecram Tsuorp. No faltan los fans del consomé de pollo con galleticas de soda, convalecientes de las penas de amor de los tríos de Los enamoramientos, de Javier Marías. O sorben chocolate batido, en leche o negro, con o sin azúcar, cacao hervido para anestesiar el paladar. Y luego leen. Chupan sus bombillas de yerba mate, amarga dicha o dichosa amargura. Toman agüitas de cidrón, toronjil, limoncillo, flor de Jamaica. Jugos o zumos, naturales o prefabricados: una infatigable lista. Luego leen. Y toman agua, H2O, humilde, refrescante, evangélica, despreciada por algunos, codiciada por la mayoría. Beben agua y luego leen.
Ahora bien, me pregunto sin inquina, ¿leen o beben?
* Día tras día: ¿Cuál es la efeméride literaria de esta semana? El 16 de octubre de 1854 nació en Dublín, Irlanda, el autoproclamado Apóstol de la Estética, Oscar Wilde. Sus caústicas frases hoy serían imbatibles #hashtags en Twitter. En su única novela El retrato de Dorian Gray (1891) derrochó sarcasmo, lirismo y honestidad para mostrar la mugre de la sociedad, porquería que no pudo limpiar a pesar de su ingenio y perspicacia. Condenado a dos años de trabajos forzados por sodomita, en prisión escribió dos textos conmovedores, brutalmente contemporáneos: Balada de la cárcel de Reading (1898) y De profundis (1905). ¿Quieren gozar, quieren llorar? Lean a Oscar Wilde.
** Body copy: “–Conde, Conde –intervino preocupado el Conejo–, tú que eres medio escritor, sácame de esta duda semántica: ¿cuál es la diferencia entre lástima y lastima?
El Conde miró a su interrogador, que apenas podía ocultar sus dientes descomunales tras el labio superior. Como siempre fue incapaz de saber si la mueca escondía una sonrisa o simplemente unos dientes de conejo.
–No sé… el acento, ¿no?
–No: el tamaño –dijo el Conejo y liberó su dentadura, para reír larga y sonoramente, convocando la burla de los demás”.
Leonardo Padura, Paisaje de otoño, de la serie del Teniente Investigador Mario Conde, 1998.