Su fuerza es la autenticidad. Desde su cargo como directora de innovación del Grupo Sura, les apuesta a la defensa de sus convicciones y al valor de las emociones.
“¿Qué fue lo primero que me pateó el estómago?”, se pregunta Laura Gómez cuando está tomando una decisión, sin importar la trascendencia o el ámbito en que lo haga. Este cuestionamiento se lo plantea con frecuencia, incluso luego de que le ha dado varias vueltas a un mismo asunto, analizando las consecuencias de su determinación. Y al final todo vuelve al principio: “¿qué me pateó el estómago?”.
Laura Gómez, directora de innovación del Grupo Sura, tiene 37 años. Estudió derecho y poco lo ejerció. Desde los 18 tomó el camino del emprendimiento. Cuando tenía nueve meses de embarazo de Guadalupe, su segunda hija —4 años, la mayor es Martina, de 8—, la empresa que había formado junto a su esposo Alejandro Arango quebró.
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Sin nada entre manos —“solo me faltó entregar el brasiere”—, la adversidad fue fuente de creatividad. Y entonces, más que nunca, escuchó a su estómago. O en este caso, a su vientre.
Sin miedo a perder
Laura dice que cada persona debe tener su propia definición del éxito. En su caso, es la plenitud. Además procura que cada cosa que haga en la vida refleje lo que ella es: auténtica. Señala que conservar su esencia durante más de 20 años le ha permitido conseguir las metas que se ha propuesto. No le da miedo perder. Y si no las cumple, “no pasa nada”: su papá, Alejandro, le enseñó que “soñar en grande o en chiquito requieren el mismo esfuerzo, así que es mejor soñar en grande siempre”.
A partir de las experiencias que ha vivido se ha ido forjando su identidad. La quiebra de su empresa familiar fue un hito crítico en esa formación. La otra, la muerte de su mamá, María Lucía, Lula. De a poco fue entendiendo que los limitantes se los imponía la misma persona, aún cuando en el entorno había cargas que ayudaban.
Por su misma esencia, se consideraba la antítesis del mundo corporativo, pero hace tres años y medio llegó al Grupo Sura. En esa decisión escuchó a su estómago. Era un reto, era soñar en grande. Tendría la oportunidad de liderar el proyecto innovador en una de las multilatinas más importantes.
Siente que tiene una fuerza que le permitiría “contener a un camión en bajada”. Por su autenticidad, por su poder de visualizar lo que el futuro le puede deparar. Por eso pocas veces se siente frustrada, porque se la juega por lo que le dictan sus emociones, una virtud que, asegura, la comparten todas las mujeres.
“La gente menosprecia las emociones, pero en realidad es el regalo más divino que nos dieron. Las mujeres, con nada, creamos. Nos dan una semilla y entregamos un bebé”.
Cada una de sus palabras es una declaración de principios. Y con ellas intenta transformar su entorno, sin traicionar su esencia, y donde le permitan ser lo que es.