Si el Gobierno no ha atendido los reclamos, algo de incomodidad es necesaria para que el mensaje se escuche. Pero recurrir a la violencia es, a todas luces, contraproducente.
Faltando diez días para las elecciones regionales escribí, aquí en Vivir en El Poblado, que el deber de la ciudadanía en una sociedad democrática no se limita a elegir quién gobierna: además de poner los votos en las urnas, hay que responder a las importantes tareas de hacer seguimiento y acompañamiento crítico a quienes llegan al poder.
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También mencioné que la participación ciudadana es un ingrediente indispensable del desarrollo sostenible, pues un mundo más justo y más respetuoso de la naturaleza no se crea porque lo decidan quienes están en el poder, sino cuando se da una apropiación de ideas, de valores y de paradigmas que se van anclando en la cultura por medio de diferentes procesos participativos. Estos procesos son de diversa índole y no soy experto en todos ellos. Sin embargo, hoy quiero retomar estas ideas para decir que una de las formas más necesarias de participación ciudadana para construir una sociedad sostenible es la protesta pacífica.
Creo que muchísimos de los avances de la humanidad que hoy aplaudimos y agradecemos (desde la abolición de la esclavitud, hasta la prohibición de sustancias dañinas para el ambiente, pasando por el reconocimiento de los derechos de minorías y de un límite de horas trabajo, etcétera), pueden relacionarse con la sostenibilidad, al tiempo que con protestas y movimientos de reivindicación. Es decir, muchos movimientos que perseveraron en la materialización de su deseo de una sociedad más justa, estaban “haciendo sostenibilidad”. O estaban abriéndole paso.
Vía fundamental para mostrar ideas
Las “nuevas” ideas para un mundo más equitativo y para una sociedad menos destructiva, así como la inconformidad con las grandes injusticias que día a día vemos, necesitan exponerse para convertirse en cambios. Es decir, deben encontrar una vía de expresión para que, puestas en discusión pública, haya intercambio alrededor de ellas y terminen por implementarse. Y es así como las protestas o manifestaciones se convierten en una vía fundamental para, precisamente, mostrar e intercambiar ideas.
How can you be sitting there
telling me that you care?
¡Sabias palabras de Bob Marley! Es cierto que no todas las personas manifestamos nuestras preocupaciones de la misma manera. No es una obligación ineludible salir a la calle y marchar. Sin embargo, sí es importante esforzarnos por ser coherentes y, de esta manera, decir que nos importa mucho una causa, pero quedarnos sentados mientras la atropellan, no tiene mucho sentido.
Por eso, si hay alguna idea o inconformidad con el Gobierno que quiera expresar hoy, ¡hágalo! Y si no es hoy –bien sea porque no puede o porque comparte otras ideas– tome posición y manifiéstela luego.
Ahora bien, si algo debe acompañar la manifestación del propósito de transformar la sociedad, es el deseo y el compromiso de hacerlo de manera pacífica. Esto no quiere decir que no incomode: si el Gobierno no ha atendido los reclamos, algo de incomodidad es necesaria para que el mensaje se escuche. Pero recurrir a la violencia es, a todas luces, contraproducente. No son pocas las veces que la indignación parece desbordarse, pero, quien la sufra, debe encontrar la grandeza para resistir el impulso a la violencia. No hacerlo, repito, es ir en contra de los ideales de un mejor mundo.
No debería darnos vergüenza expresar nuestro descontento de manera colectiva. Tampoco miedo. Las sociedades, contrario a lo que puede ser la idea de muchas personas, no se crean ni se mantienen gracias a la labor de unos pocos: las sostiene y las transforma una ciudadanía activa y dispuesta a participar en la toma de decisiones y a hacerse cargo de su entorno. Repito: si el espíritu de la inconformidad lo habita, ¡déjelo manifestarse!