Habitar la incertidumbre es un estado de poder. En las dudas aparece la creación; pero, hoy nos incomodan las ausencias de certezas.
Conocemos el valor y el papel trascendente de la incertidumbre en nuestras vidas. Es bajo la sombra de la ausencia de lo cierto donde nacen las preguntas. Es este el lugar de la creación y en muchas ocasiones del pensamiento. Aún así, nos preguntamos con frecuencia hasta cuándo estaremos esperando lo que no se conoce y en qué pequeño arroyo encontraremos alguna certeza que nos consuele.
Vivimos días de preguntas. Un virus llegó para mostrarnos que el cuerpo humano es un sitio de infinidad de diferencias y de inequidades, como el mundo mismo que habitamos. Que la belleza y la justicia que tanto defendemos no son más que prácticas que se inclinan en favor de una balanza y que esa fuerza mental de la que tanto nos sentimos orgullosos “los seres pensantes” no puede habitar sola el universo.
Hoy la incertidumbre que tanto nos ha entregado, nos incomoda. Porque queremos promesas que se cumplan y exigimos poder ver más allá de una ventana que solo nos garantiza lo que está pasando en este momento. La duda que en sí misma nos ha salvado, nos parece un estado desagradable de la existencia.
Aún así, con la amargura de un niño que llora a media noche, debemos seguirnos preguntando. El cuestionamiento y el vivir el día a día son un estado de salvación que, incluso, aniquila la, a veces odiosa, costumbre de vivir de la esperanza. “¿No reside acaso la verdadera vida en lo imprevisto, en la inspiración del instante?”, escribió el novelista Franz Werfel.
Dejemos de lado las promesas y ocupémonos de nuestras dudas, no necesariamente para resolverlas; pero, sí para encontrar en ellas caminos que estén por fuera del sentido común. Ernesto Sabato decía que es este el método para encontrar las verdades.
La peor derrota, en días donde todo parece caerse y borrarse, sería rendirnos y sentarnos a esperar a que un soplo de claridad resuelva nuestras vidas. Tal vez en la incomodidad y en la desesperación es donde radica el verdadero sentido de la existencia.
Desde este momento, cuando abrazados por el desamparo exijamos certezas, pensémonos como el mar que sube estruendoso y golpea las piedras; pero, que, cuando la tormenta parece recordarnos el fin del mundo, nos sorprende con una calma que apacigua y nos deja ver por debajo de nuestros pies.