“No, yo allá no entro. Que no me paguen, si quieren, pero yo les dejo acá el pedido”, le dijo José Alejandro Arcila al portero de la unidad en la que debía realizar la entrega, quien al llegar le había preguntado si traía guantes nuevos. “¿Por qué?”, le respondió. “Es que en ese apartamento están aislados por posible coronavirus”.
Dejar mercados, literalmente, en la calle porque los clientes les piden que no les pisen la acera, recibir dinero en bolsas plásticas, restregar las suelas de sus zapatos con blanqueador, agua y alcohol varias veces al día, son solo algunas de las maromas que deben realizar José Alejandro y miles de domiciliarios que se han convertido en la salvación de muchos clientes que no pueden hacer sus compras por las restricciones de “Pico y cédula” que han impuesto municipios en el Valle de Aburrá, u optan por no salir de sus casas así lo tengan permitido.
Su día, comenta José Alejandro, comienza cerca de las 6:00 de la mañana, con las entregas de medicamentos. Luego siguen antes del mediodía con los mercados que les hacen a los usuarios, en especial adultos mayores.
“Es incómodo a veces porque hay gente muy apegada a las marcas, pero nosotros les vamos enviando por Whatsapp fotos de los productos disponibles, y les toca acomodarse otras marcas por la necesidad. Lo más difícil de conseguir son las verduras, el arroz y la leche”, comenta.
Hay establecimientos más estrictos que otros en cuanto a las normas de seguridad e higiene, y otros en los que, afirma Arcila, “se ven hasta 20 o 30 personas adentro”.
Cada pedido es rociado con alcohol antes de entregarlo; las motos y los elementos de seguridad los desinfectan permanentemente, y visten lo más tapados posibles, con camisas con mangas y cuellos largos, guantes, gafas y demás objetos.
José Alejandro asegura que es incómodo cuando las personas le piden que no pise una acera o que deje el pedido a una distancia “exagerada”, pero comprende la situación.
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