En su último número, la siempre bien ponderada e informada revista The Economist afirma que estamos gastando una cantidad insignificante en el desarrollo de vacunas. No solo nosotros, el mundo en general.
Lo que han invertido hasta el momento en 2020 los gobiernos en financiar laboratorios y en separar cupo para tener acceso a vacunas una vez salgan al mercado, es menor a 1/600 de lo que ya se ha gastado en programas de asistencia a personas y empresas.
Y se pregunta, ¿no debería ser mucho más? Es que si se multiplica por diez, apenas estaremos en 1/60. Cualquier tiempo que se acorte en tener la vacuna disponible, así sea solo un mes, incluso una semana, implicaría ahorros de miles y miles de millones de dólares a nivel mundial.
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Y claro, esta timidez tiene su explicación: de las diez o más iniciativas avanzadas en la actualidad, a lo sumo funcionarán dos o tres. El resto fracasará o será insuficiente. Bien porque solo resultan efectivas para pocas personas (menos del 50 %), o porque generan efectos secundarios, o tal vez la inmunidad que proveen dura poco tiempo y se necesitarían dos, tres o más dosis…
El Gobierno tiene que pagar ya por las vacunas. Sin saber cuál, pero ya. Con un riesgo enorme de que alguna sea un fracaso. O todas. Y en este país de leguleyos y consagrados buscadores de incisos, en un país con entendible paranoia de corrupción, con contralorías y procuradurías hiperansiosas de mostrar resultados y con una oposición frecuentemente malévola, es casi seguro que al presidente y al ministro de Salud los acusarían de detrimento patrimonial.
Habrían comprometido fondos públicos en iniciativas de vacuna que no funcionaron.
Si a Colombia la COVID-19 le está costando $8-10 billones mensuales, obtener y aplicar a la población una vacuna una semana antes -siempre y cuando funcione- implicaría un ahorro de al menos $2 billones. Y si fuera dos meses antes, hasta $20 billones. Mucho más de lo que habría generado este año la más reciente reforma tributaria.
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De ahí la trascendencia de haber convocado al sector privado para que, en medio de la crisis actual, actúe como gestor e intermediario y así el país tenga acceso a las vacunas más promisorias y a la mayor brevedad posible.
A cargo de esta iniciativa ha sido nombrado Gabriel Jaramillo, banquero de vasta trayectoria. Necesitamos urgentemente, más que cualquier cosa, que este caballero tenga éxito a la mayor brevedad posible. Y que el sector privado, una vez más, saque la cara y ponga el pecho por el país.