En días donde la tibieza atormenta en las discusiones de mesa y en las redes sociales, vale recordar la importancia que tienen los puntos intermedios para la vida. Ni frío ni caliente: vivo.
En un rincón apartado de una Tierra que era hostil y que ebullía, con poco oxígeno en estado gaseoso y sin una capa de ozono que protegiera al planeta, hubo, en el fondo del mar y después de unas cuantas palpitaciones, algo que se resistió para luego darle forma a lo que hoy conocemos como vida.
Lejos de los rayos ultravioletas que hacían arder la superficie terrestre y cerca de las fuentes hidrotérmicas, pero no tanto como para quemarse, se dice que surgieron los primeros organismos que vivieron bajo el agua y que luego evolucionaron. Podría decirse que la vida surgió en medio de algo “tibio”, no tan cerca para arder ni tan alejada del sol como para congelarse. Al menos así lo sostiene una de las teorías que intenta explicar su origen, la de las fuentes hidrotérmicas.
Caso similar ocurre con nuestro planeta y la a veces olvidada clase de primaria que nos habla de la zona de habitabilidad de la Tierra. Somos vida por el lugar del sistema planetario en el que nos encontramos ubicados. Un espacio privilegiado en el que el agua puede mantenerse en estado líquido. Si estuviéramos más cerca del Sol, se evaporaría. Si estuviera más lejos, se congelaría.
No son estos los únicos casos donde la tibieza triunfa. El trópico y las zonas templadas son conocidas por albergar diversidad e incluso megadiversidad de organismos vivos. Entre más extremas son las temperaturas, más difícil es sobrevivir, no solo para la fauna y la flora, también para nosotros, animales humanos.
Resulta paradójico cuando la política acelera nuestras mentes; pero, por sus condiciones climáticas, esas que podríamos comparar con la “tibieza”, Colombia es reconocido como uno de 12 países megadiversos del mundo, es decir que hacemos parte de un conjunto de tierras que guarda en secreto el 70% de la biodiversidad mundial.
Lo mismo ocurre con el cuerpo humano en el que la temperatura tibia es la ideal y todos sabemos lo que sucede cuando tenemos fiebre. Las ballenas llegan al Pacífico colombiano para reproducirse porque el agua está tibia y los manglares son la guardería del mar porque constituyen el límite entre lo seco y lo mojado, entre lo salado y lo dulce.
El agua tibia también es mejor para bañarse y el huevo tibio también nos gusta un poco más al desayuno.
La vida palpita en los puntos medios, porque son efímeros, porque desde ellos podemos crecer, flotar y ser líquidos. Puntos de encuentro desde donde puede transformarse, tomar posición y echar mano del sagrado derecho a la contradicción.
Por estos días donde la “tibieza” pareciera un señalamiento, un crimen; tiempos en los que por cada cosa se nos obliga a tomar decisiones inmediatas, donde no existen las pausas para el pensamiento y donde las redes sociales se acaloran al servicio de ideas políticas -a veces caudillistas- vale la pena echar una mirada a la tibieza de la vida. A asuntos básicos y de cuadernos amarillos que nos devuelvan en el tiempo para recordar el conocimiento universal.
No hay que olvidar que -como lo sugirió en algún momento Stefan Zweig– los silencios también hacen parte de la música.