Aterrorizada por las consecuencias degenerativas del idioma castellano que produjeron la edición 22 de su canónico Diccionario en 2001, la Nueva Gramática General (2009) y la llamada “Ortografía de Guadalajara” (2010), en marzo la Real Academia Española reculó, esto es, retrocedió sobre sus laxos pasos, y publicó un extenso ensayo sobre “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, redactado por Ignacio Bosque y suscrito por el consejo pleno de sus 26 miembros de número (entre ellos unas pocas miembras) y correspondientes de algunos países. El despelote general del idioma había ya empezado en los años 90 con la introducción de miles de términos provenientes del mundo digital, ya muertos en su mayoría y piadosamente olvidados pero reemplazados por otras tantas decenas de miles que nacen un día y al siguiente nadie los recuerda. La Edición 22 del Diccionario RAE dio carta pirata de navegación a una multitud sin precedentes de términos acuñados en cuanto país hispanohablante haya, y cada cual con sus provincias, regiones, comarcas, etnias, etcétera, de lo que resultó que en total, entre España e Hispanoamérica, puede haber unos 3.857 idiomas españoles distintos pero todos por igual conforman “nuestra lengua”. El asunto no paró allí, porque a la par -y de ello no sabemos el origen certero-, empezaron a aparecer –impulsadas por toda clase de ONG transgeneristas y justicieras-, las llamadas políticas oficiales de “lenguaje no sexista”, esto es, el empeño redactado artificioso y maníaco hasta la exasperación de convertir a “palabras femeninas” una cantidad de estructuras del habla supuestamente masculinas y “discriminatorias”, verbos, adverbios, adjetivos, sustantivos, lo que en lugar de contribuir a un mejor estado de relaciones entre las nobles partes masculinas, femeninas y neutras lo que ha logrado es generar un cúmulo de tensiones que de lo cómico llega al ridículo. El ensayo que expidió la Academia en marzo llamaba a volver a cierto orden natural –reconociendo que hay casos racionales de aclaración debida- en vista de las numerosísimas publicaciones españolas oficiales y privadas que se estaban convirtiendo en plaga en “universidades, comunidades autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones”, sosteniendo el ensayo que “si bien existen usos verbales sexistas, las recomendaciones de dichas guías difunden usos ajenos a las prácticas de los hablantes… y también conculcan normas gramaticales, anulan distinciones necesarias y obvian la realidad de que no hay discriminación en la falta de correspondencia entre género y sexo… la mayor parte de estos textos han sido escritos sin participación de los lingüistas…”, las guías maldicen “el uso abusivo del masculino genérico, no aceptan su empleo y recomiendan evitarlo en todos los casos”. Zumban las discusiones inter-partes. En Medellín, en una alcaldía reciente, el burgomaestre se empeñó en sus discursos en discriminar a los ciudadanos en “ellos y ellas”, “todos y todas”, “nosotros y nosotras”, etc., lo cual fue recibido con festejos por los grupos de combate femeninos como parte de lo que todavía insisten en denominar la “visibilización de la mujer”, que nos tiene “hasta aquí” con expresiones como “agentas”, “gerentas”, “representantas”, “militantas”, “residentas”, “oyentas”, “concejalas”, “fiscalas”, “intendentas”, “practicantas”. La “visibilización de la mujer” terminó, ay, en la imbecibilización del idioma. Que Dios y Diosa nos tengan de sus manos.
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La RAE recula
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