¿Se sorprenderían si les digo que, en la era digital, las noticias falsas también somos nosotros?
La lluvia, para los melancólicos, trae consigo aromas y colores inconfundibles. El olor que emana de la tierra se parece al de los libros. Si llega con nubes oscuras, es nostálgica y si dibuja un arcoíris, es esperanza. Esa misma lluvia, para los desamparados, es tragedia. Se cuela por los huesos, interrumpe el sueño y tumba el techo de la casa. Cuando amanece, la única verdad para los incautos fueron las gotas de lluvia.
Le puede interesar: Recuperar el sentido de lo heroico
Algo similar ocurre con los hechos en la era digital. Cada uno elige cómo interpretarlos y creerlos, más en días donde la búsqueda incansable de las facetas de la verdad, que antes llamábamos periodismo, ha perdido su rumbo y caído en los niveles más bajos de credibilidad que hayamos visto en la historia.
¿En qué creemos hoy? Atrapados por las burbujas digitales, que sesgan imaginarios y nos llevan a una lucha a muerte entre contrarios, creemos en nuestros amigos, en aquellos que piensan como nosotros, en quienes más se nos parecen y en las narrativas que consideramos más creativas. Es de esas fuentes, creíbles por afinidad, de donde tomamos argumentos, publicamos información en redes sociales y construimos nuestra realidad. Luego, en la noche, culpamos a nuestras tías por creer todo lo que les dicen en WhatsApp.
La verdad ha muerto, si es que alguna vez existió, y es hora de aceptar que, cuando hablamos de fake news, las noticias falsas también somos nosotros. Todos somos un medio: los medios de comunicación, las personas, las empresas, los mandatarios de turno y los gobiernos. Todos tenemos nuestra propia verdad y con ella seguidores y perseguidores. Difundimos información en redes de la cual desconocemos sus fuentes, incluso, estaríamos dispuestos a perder años de amistad por un video que no sabemos de dónde salió.
La peor parte de la historia es que la solución no la tiene el mundo digital. La respuesta no llegará con la tecnología, por lo menos mientras la eficacia y la empatía no sean el centro de la información, mientras el servicio no sea parte esencial de lo que hacemos, mientras valoremos más las verdades rápidas que la confrontación de imaginarios, mientras la hipercomunicación omnipresente siga secuestrada por los paradigmas de la emergencia y la emotividad, no llegará mientras la verdad esté encallada en los poderes del Estado.
Y mientras tanto, nos preguntamos, ¿qué hacer? Algunos optan por no consumir noticias; según estudios, cada vez más personas se enajenan de la información, ignorando coyunturas sociales, políticas y económicas. Desconozco la respuesta; pero, no encuentro en el ignorar el mejor camino. Lo comprendo, desde la supervivencia; pero, en cambio prefiero proponer: a las empresas y gobiernos, información no solo oportuna, también pública y de acceso abierto. A los medios tradicionales, recuperar la rigurosidad y la búsqueda de la verdad. A los medios nuevos, sostenerse y no pelearse entre periodistas por pensar diferente. A las familias, debatir más, y a los amigos, superar la incongruencia, la amistad lo supera todo, aún la lucha entre contrarios. Al final de la noche, podremos comprender que las gotas de lluvia no siempre caen de los mismos cielos.