Una pandemia

Tenía que llegar una pandemia a Medellín para mejorar la calidad del aire que prometían todos los alcaldes. Tenía que llegar una pandemia a las calles, para volver a ver y sentir como propia el hambre que soportan hombres y mujeres que duermen en las aceras.Tenía que llegar una pandemia para demostrar que las cifras de empleos formales del Dane no eran tan ciertas.

Tenía que llegar una pandemia a Colombia, para que el presupuesto se destinara más a salud que a defensa. Tenía que llegar una pandemia, para que los perros callejeros pudieran andar, agitando sus colas, sin el miedo de ser atropellados por sus mejores amigos. Tenía que llegar una pandemia para ver la irrisoria cantidad de presupuesto que tenía Colciencias. Tenía que llegar una pandemia para volvernos a encontrar, en las mesas principales de nuestras viviendas, mirándonos a los ojos, para contarnos las tristezas. Tenía que llegar una pandemia para notar la necesidad, por primera vez en la historia, de tener más médicos y jeringas, que soldados y metralletas.

Tenía que llegar una pandemia para darnos cuenta de que, por más que corriéramos todos los días en autopistas y pasillos del metro, estábamos llegando únicamente a la vejez. Tenía que llegar una pandemia para que la sociedad entera notara, con los ventiladores artificiales a bajo costo, por qué la Universidad de Antioquia está en el corazón de cada estudiante y no en un lugar geográfico. Tenía que llegar una pandemia para darnos cuenta de que la muerte, como sí lo permiten algunos agentes de la Policía, no se deja sobornar. Tenía que llegar el rumor de una pandemia hasta los oídos, para recordarnos lo frágiles que somos en el mundo como especie, así muchos se crean los dueños de todo por lo ínfimo que representan el dinero y las apariencias.

Pandemia éramos nosotros, sin darnos cuenta, con la bulla y la contaminación. Estos tiempos de encierro colectivo, donde aumentan las angustias y las depresiones, pero también los abrazos familiares y las sonrisas, son útiles para preguntarnos por el ritmo de vida agitado que traíamos, y por el que vamos a llevar cuando podamos volver a apreciar y disfrutar la libertad.

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¡Oh, libertad!, como escribió Epifanio Mejía en la letra del himno antioqueño, cuánta falta haces, afortunados los que te pueden disfrutar. Ahora que los niños serán libres de tantas tareas aburridas, que les quitan la creatividad y la libertad y los esclavizan por horas, y que los padres los pueden acompañar, sin tener que estar atrapados en una oficina o un trabajo rutinario, se deberían de buscar sus talentos.

¿Para qué son buenos sus hijos? De manera que no gasten más de doce años en un colegio y no sepan qué hacer con la vida a la hora de graduarse.

Ahora que los hombres tienen tiempo de sobra, deberían dedicar unas cuantas horas en la noche para contemplar la belleza de la luna y el firmamento, para aprovechar las horas de la tarde en las obras maestras que se han escrito y pintado a lo largo del tiempo. 

Hagamos de esta crisis la oportunidad de repensar los consumos incensarios, esos mismos que han llevado al planeta a su destrucción. Mientras ella se va, nos damos cuenta realmente de que la pandemia tiene nombre y no se llama coronavirus, sino seres humanos. 

Por: Norvey Echeverry Orozco

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